Colaboración: Reflexiones sobre el día el niño y la niña

México, 30 de abril del año 2007.

Hoy es 30 de abril, “Día del Niño”; de acuerdo al calendario neoliberal, se deben buscar días para festejar. Claro está, cada festejo debe acompañarse de su saludable y recomendada derrama económica.

Se nota la fiesta. Caminé por las calles de Xalapa y se veían globos por doquier. Y Luego en Coatepec, recién declarado Pueblo Mágico -con su obligatorio Oxxo en la entrada, como corresponde a toda provincia civilizada-,  igual: música, pastel. Globos, globos, globos. Niños, niños, niños.

 

Niños con sonrisas como algodón de azúcar. Vocecitas alegres como cantos de pájaros en los atardeceres de mi pueblo. ¡Cuantos globos de colores! El camión que me traería de regreso a mi pueblo se llenó de ruiditos dulzones.

¡Cómo se contagia la alegría de un niño! El corazón se viste de colores. Se me ocurrió que debía escribir un cuento para niños llegando a casa, como una pequeña muestra de agradecimiento por contagiarme de esa música de vida que tanta falta le hace a veces el corazón.

 

Llegué a casa dispuesta a sacarle brillo al teclado (hace tiempo que no escribo a mano, ya saben, la era de la tecnología -y de la flojera-, me alcanzó). Ya frente a la pantalla, empecé a pensar qué escribir.

 

De las nubes que llueven dulces de colores; no, demasiado cursi. Del conejito que quiere tener dos monedas pa’ cruzar el Río Bravo pa’ darle de comer a sus hijitos porque los conejos gordos que son muy amigos de los cerdos se comen todo y no les dejan a ellos ni las sobras; no, se vayan a dar por aludidos algunos cerdos y me quieran acusar de terrorista. De cómo los ángeles de la guarda andan siempre muy ocupados cuidando de los niños como en los cuadros que venden por ahí; no, en esos cuadros nomás aparecen niños güeritos, de ojo azul y bien peinados, y la verdad, a mi me gustan más los niños con las caritas llenas de frijoles y con pedacitos de noche asomando en sus ojitos.

 

Total que nada se me ocurría. Y ahí me tienen piense y piense. Volví a los cuentos de ángeles, pero volvían también los niños blanquitos. Y no crean que tengo algo contra los niños güeros. Después de todo, los niños son todos niños. Es sólo que luego se confunden las cosas y se piensa que para ser bueno hay que volverse blanco de la piel. Sí, en serio. Nomás vean a un tal Juan Diego que dicen que se tuvo que volver blanco pa’ que lo hicieran santo.

 

Y dale piense y piense. Un momento. ¿Llegó la idea? No. Bueno, sí.

 

Llegó una idea con un recuerdo. A los niños les gustan los cuentos de terror. Pero aquí se presentaba un pequeño problema: a mi me dan miedo los cuentos de terror.

 

Total que entre pensar y pensar, me di por vencida. Porque cuando uno se pone piense y piense, se remueven los recuerdos en la mente y en el corazón. Y luego esos recuerdos duelen, o dan coraje. Y luego es tanto el coraje por los recuerdos que se remueven, que el corazón se quiere salir, y luego se me ocurre escribir puras palabrotas (a los veracruzanos nos salen hartas). Pero no, si quiero escribir algo pa’ los niños, tengo que cuidar mis palabras, si no luego dicen que tengo boca de soldado.

 

Y llegaron los soldados a mis recuerdos. Y como para esta hora ya estaba dándome por vencida, decidí mejor contarles un cuento que no es mío, o sea que no lo escribí yo. Bueno, si lo escribo yo, pero es algo que me contó alguien que se parece mucho a un amigo que tuve. Ese alguien ya no existe ahora. No sé dónde está. Sigue apareciendo de vez en cuando uno que se le parece mucho, hasta tiene la misma voz, las mismas manos, un poco más maltratadas, pero su dedillo chueco se le parece harto. Y hasta camina y se viste igual; incluso llega a la casa del que fue mi amigo. Pero si les digo que no es el mismo, es porque su voz es diferente. Este que viene ahora es muy otro, ya no habla del futuro, ni tiene en la mirada ese brillo que tanto me gustaba. Este que se le parece no sabe soñar, ni contar chistes tontos que me hacía reir hasta que me dolía la panza. Este de ahora no sabe encender esa lucecita que llenaba de un suave calor mi corazón… y mi piel.

 

No, no es el mismo. Mi amigo, era mi amigo. Crecimos compartiendo momentos, unos buenos, otros no tanto, pero sabía compartir. Y yo era su amiga. Ahora que no sé dónde está, quisiera que leyera esto. Tal vez así se acuerde de quien es y pueda regresar. Sólo tal ves… si no es muy tarde.

Supongo que hay que ponerle título a esta historia, de la cual, como les había dicho, el terror es su género. Sucedió en una noche de enero del año 1994. En un lugar de México, del México de abajito, allá donde la noche una vez se decidió a no ser más noche y llenó de luz al País y al mundo alumbrándonos con algo que ni la oscuridad puede apagar: la Dignidad.

 

Entonces se me ocurre que esta historia se puede llamar

 

Chiapas, México, 1994. Una noche del mes uno, otro lado de la historia. La consigna: no olvidar.

 

Dedicado a:

 

los niños de Chiapas que, gracias a las políticas “sociales”, han tenido que dejar de jugar cosas de niños para jugar a la muerte con un rifle de madera; los niños indígenas de México, que no tienen ángel de la guarda (alguien nos contó que los ángeles en México tienen mucho trabajo con Rivera Carrera y Onécimo Zepeda, al parece porque se perdieron del camino del buen actuar y le hacen más caso a los demonios, ya me enredé, no sé si los ángeles o los otros); los niños de Irak, que tampoco tienen ángel de la guarda, pero sí un duende terrorífico (y terrorista) que les regala bombas, hambre, miedo y frío. A los niños del mundo,  que no tienen día del niño.
A las mujeres y hombres que las “leyes” mantienen presos por hablar y actuar con dignidad. A ellas y ellos que los soldados han maltratado.

Desde “esa vez” no soporto ni verme en el espejo, y por las noches, tengo que aumentar mi dosis de la “buena”. Igual le pasa a mis “compañeros de esa vez”.

También a ti, desde el fondo de mi corazón, despierta y vuelve, es tarde y hay frío.

 

Hay soldaditos de plomo y soldados de madera;

 

los que matan a mi pueblo, son soldados de adeveras.

 

Son hombres pero parecen de madera sus tendones,

 

de aserrín sus pensamientos, de plomo sus corazones.

 

Les hicieron olvidar el pueblo al que pertenecen;

 

si apenas pueden hablar, ¡cómo pedirles que recen!

 

Por la Virgen y la Patria, por el Himno y la Bandera;

 

valores que ni comprenden, asesinan donde quiera.

 

Hay soldaditos de plomo y soldados de madera;

 

los que matan a mi pueblo, son soldados de adeveras.

 

Poco después de la hora cero, pasada la media noche, en los dormitorios del grupo de fusileros paracaidistas del ejército mexicano.

 

-¡Despierten cabrones!! Tenemos práctica de campo. ¡Arriba todos! ¡Rápido!

 

-Listo su equipo, todos, vamos a salir a una práctica nocturna.

 

-¿A dónde vamos?

 

– Saltaremos en el Estado de México.

 

-¡Apúrense!

 

-Ya nos tardamos mucho en llegar, ¿que no se supone que vamos aquí cerca?

 

-Oigan, ese cerro que se ve es el Pico de Orizaba. ¡Vamos por Veracruz!

 

-¡Cierren las cortinas!

 

-¡Que no!, ¡que vamos por Veracruz!

 

-Llegamos. Todos listos para el descenso.

 

-¿En dónde estamos? Aquí no es el Estado de México.

 

-¡Estamos en el sureste!

 

-Ahora estamos en San Cristóbal. Que putos, la gana de chingar. Es hora de dormir.

 

-Miren cabrones, allá abajo están unos putos que los quieren matar, así que bajen del avión a defenderse. Su deber es defender a México. ¡No lo olviden!

 

-Todos abajo! ¡Sus armas listas!

 

-Y recuerden pendejos, los quieren matar, están armados hasta los dientes, así que a defenderse. Sin miramientos de ninguna clase.

 

-Oigan, este cabrón trae un rifle de palo, cómo nos va a matar con eso.

 

-Detengan a ese pendejo que ya se volvió loco, denle un golpe, que deje  de disparar.

 

-Este ya peló, se volvió loco. Se cree que anda cazando patos. Ya se echó un chingo el solo.

 

Ya denle un madrazo, que se calme.

 

-No chinguen, este chavo era un niño, y su rifle de juguete.

 

-Tú pendejo, cómo se te ocurre provocar al gobierno, mira nomás, tu compañero no tiene más de 13 años, no chingues.

 

-No seas buey, habla bien, no entiendo ni madres de lo que dices. Que puta lengua hablas cabrón.

 

-Este otro también era un niño cabrón, bien chavito, y con un palo como arma.

 

-Y todos estos muertos. Los matamos nosotros. Y casi todos con armas de palo. Qué poca madre.

 

-Poca madre la que tenemos nosotros, matamos a niños cabrón.

 

-¡Ya cállate o te callo de un balazo pendejo marica! No podíamo
s saber que los rifles eran de palo. Fue la de malas.

 

-Eran niños, casi todos eran niños… y todos muertos…

 

La Patria. Los niños de la Patria. Mis hijos. Los niños. No soporto sus miradas.

 

En cada unos de ellos, veo a los chavitos muertos con sus manitas sujetando un rifle de palo. Y los matamos nosotros. ¡Qué poca madre!

 

Pero luego pienso: fue por México. Por defender el honor. Por salvar la vida. Fue por México. Eso nos dijeron. Así debe ser.

Mucho muertos hubo esa noche. Desde esa noche, muchos muertos somos los que caminamos vestidos de verde; y cuando tomamos un rifle, nos aseguramos bien de que no sea de palo. No vaya a ser la de malas…

 

 

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