El corazón se llena de rabia e impotencia, pero de entre todo ese revoltijo de sentimientos, hay esperanza. Esperanza que sale de entre aquellos barrotes blancos en donde la libertad de expresión intentó ser socavada, esperanza que sale de la defensora Hortensia Telésforo, que canta a las afueras del ministerio público donde se le ha criminalizado por defender lo que históricamente les pertenece: su territorio, ella canta porque resiste mediante la voz; esperanza, esperanza mientras dos personas llegan en solidaridad, con las manos tomadas, porque la lucha les hizo compañeros de vida; esperanza porque aquí estamos viv@s; esperanza mientras la justicia en México luce como la Calzada de Tlalpan en hora pico: inaccesible.
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Es jueves 5 de septiembre de 2024 por la noche. Una noche ni tan cálida ni tan fría para quienes se encuentran afuera de las oficinas del Ministerio Publico número 2 de la alcaldía Tlalpan. Las gargantas de la gente tan llenas de gritos de “¡Libertad a l@s pres@s por luchar!”. El ambiente se siente impregnado de indignación, pero también con un sentimiento de resistencia y hambre de dignidad.
A lo lejos se acerca un auto deportivo, color azul, evadiendo el tráfico a toda velocidad y con la ceguera del privilegio de pigmentación y clase social, una mujer sin detenerse casi atropella a estudiantes universitari@s que, con motivo de ver a sus compañeras y compañeros en libertad, bloquean una avenida a dos cuadras de las oficinas del Ministerio Público. Esa persona pasa en medio del bloqueo como pasa la justicia en este país, sin voltear siquiera a ver a los jóvenes a quienes un sistema de desigualdades marcado por la pigmentocracia determina que su valor es equivalente a cero.
Como primer plano a las afueras del Ministerio, que para entonces es símbolo y claro ejemplo de la podredumbre del sistema penal, se encuentra un joven artista apoyado en su bicicleta, el líquido rojo que sale de sus fosas nasales y que apenas lo deja respirar te hace recordar en donde estás parado, “se pasaron de verga, güey, apenas y pude salir” se le escucha decir con la voz agitada y entrecortada, mientras el manubrio de su cicla le sirve de muleta. Su cabello emblanquecido por el agente extintor que los granaderos le rociaron te lleva a pensar: quienes ahora somos jóvenes deberíamos tener en algún punto de nuestra existencia el cabello cano por motivo de una vida digna y no por la golpiza que te propinaron quienes deberían trabajar para protegerte del crimen, los que hoy nos desaparecen, que a este punto de la historia son los mismos.
A las afueras nadie desiste y mientras tanto, desde dentro, las y los detenidos contestan a las consignas que afuera se dicen y por momentos entre unas y otros se dan abrazos de solidaridad que habían reservado.
-¿Alguien quiere agua?, se escucha preguntar entre la multitud. Una de las mujeres otomíes de más edad dice:
Yo quisiera un bolillo, me asusté mucho.
Pero el miedo no es freno. Inmediatamente sigue gritando en apoyo a quienes están dentro del Ministerio Público. Las penas con pan ya no son menos, pero da fuerza a quienes se niegan a ver como el territorio al que llaman casa, se cae a pedazos.
Desde la detención, entre los barrotes de una ventana que da a la avenida, se comienza a asomar una hoja de papel que sale de un cuarto, con letras rojas, desde lejos, las personas manifestantes especulan y se preguntan ¿qué dicen esas letras? A la distancia solo se alcanza a ver una estrella roja pintada con plumón, alguien hace zoom con su cámara fotográfica, se escucha el sonar del obturador, captura, inmortaliza el momento: ¡Aquí estamos vivxs!.
Es el contenido de esa hoja blanca de papel, aquí estamos vivxs, y alguien más dice para sí mismo: aquí estamos vivas y vivos quienes se niegan a que no pueda existir un mundo mejor.