"¿Qué se supone que deberíamos hacer?"

Justo no formular esa pregunta. Porque la misma implica que no hemos dejado atrás la vieja necesidad de guía, de orden, de cobijo. Demuestra que aún solicitamos que se nos ordene ó, en su defecto, que aún nos cuesta dejar atrás el viejo amparo de las instrucciones. La ausencia de directivas obliga a preguntar por protección, más como reclamo que como una solicitud de ayuda. En esta necesidad, las mismas ideas, como entes extraños, buscan su supervivencia y luchan por ella. Chesterton muy humildemente la aceptaba y defendía: “Nunca pude admitir una utopía que no me deje la libertad que yo más estimo: la de obligarme”. ¿Necesitamos obligarnos?

No necesitamos hacer nada, pero queremos hacer de todo y esa es la clave. No se trata sobre qué necesitamos, sobre qué sería ”bueno”, sino sobre ¿qué quiero? Si tienes sed, necesitas hidratarte; si tienes hambre, necesitas alimentarte; parece simple, pero cuando tienes de frente el absurdo de la existencia, la desolación amoralista, ¿Qué necesitas hacer? Fernando Birri alguna vez dijo que “la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que camine nunca la alcanzaré. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. La apología del movimiento resulta muy atractiva y congruente con el paradigma positivista. Las ciencias “exactas“ la defienden, tal es el ejemplo de la mecánica cuántica que ha demostrado la imposibilidad de permanecer estático. Si de movimiento hablamos, en este caso ¿qué es necesario? Para caminar es necesario saber hacerlo, pero ¿cómo “caminar“ con las ideas, ó a pesar de ellas?

Se supone a las ideas como motor, o mejor dicho andadera, para la acción. Se ubica al idealismo como predispositor a la acción. Como si actitudinalmente estuvieramos condenados a la guía de las ideas. Diversos abordajes de esta concepción han postulado explicaciones desde las teorías biolectricas, cuyas evidencias son tan complejas como los aparatos que las proveen y, al final del día, solo prueban la existencia de actividad electrica en ciertas zonas del cerebro y de ahí se deriva una correlación con ciertas tendencias comportamentales. Mientras que en el otro extremo del desarrollo del conocimiento tambien hay intentos explicativos que bordean la metafísica; la mano invisible de Smith y el inconsciente freudiano son un par de ejemplos. Al final del día, aunque haya enorme distancia metodológica entre los aquí mencionados, todos los ejemplos conducen a lo mismo: existen ideas que nos controlan aún cuando no nos percatamos de ello y estamos encadenados a su control teórico sin remedio alguno.

Los ideales no son mas que grilletes teóricos. Por más que brillen, por más riqueza que impliquen o prometan, no dejarán de ser grilletes. Desde el más rupestre hasta el más refinado. Desde el más atractivo hasta el más controversial. La imposición de supuestos y axiomas es el cáncer del idealismo. Aún ante el desagrado de las afirmaciones categóricas, no existe construcción teórica alguna que no las suponga entre su andamiaje. De hecho, muchas de ellas funcionan como tornillos en las uniones de dichas construcciones. Conceptos básicos, tornillos, paradigmas, grilletes, no importa como se les nombre, importa su existencia e imposición sin resistencia alguna de nuestra parte. Y seguimos luchando para demostrar cuál es mejor. A cuál debemos someternos para vivir mejor. “Todavía no es demasiado tarde para construir una utopía que nos permita compartir la tierra”, García Marquez, un esperanzador profeta de la retroversión así nos inspira a continuar “caminando“.

Desde tiempos hegelianos, y aún mucho antes que eso, sabemos que nos superan en número los profetas del espíritu, pero no hay a donde correr. Literalmente no lo hay. No tenemos el refugio de un ideal, de prerrogativas o algún tipo de exigencia en la transacción social. Rompemos el contrato que ignorantemente firmamos a la fuerza, metemos el dedo en la yaga y discutimos teoría a teoría. “Lo importante aquí no es la tuya, sino la mía”; aún así predicamos la tolerancia y esperamos poder compartir la tierra. Seguimos sometidos al yugo de las ideas, a ésta obligación que nos guía y exige desde el espíritu, que nos hace confundir sus propios intereses con los nuestros. ¿Esto es lo que quiero?

Es vital saber qué quiero para después ver cómo puedo conseguirlo. Un viejo payaso decía “no sé qué quiero, pero sé como conseguirlo”. Este viejo slogan embustero, bandera del 77, es nuestra utopía. No por el descarado e histriónico acto de rebeldía, sino por el egoísmo que implica. Aunque no sepa qué quiero, se que puedo hacer para conseguirlo, porque me conozco aunque sea un poco. Por que puedo decidir, ya que tengo los recursos útiles para moverme. No en cuanto a dinero, ni tiempo, ni siquiera sabiduría. Lo que digo es que yo me he apoderado de la capacidad de moverme, tengo el empuje que necesito para hacerlo y no dependo de nada para ello. Soy como un carnero corriendo antes de embestir. Soy consciente de no estar del todo consciente de mis propios atavismos y sesgos, pero sé que existen. No sé contra que peleo, pero sé que lo hago. Sin el discurso hipócrita y miope de la “posesión de la verdad”. Esa es nuestra utopía. Así de simple, así de compleja. Conócete a ti mismo y muévete, así resucitamos al oráculo de Delfos.

Por eso la búsqueda del desentendimiento de la fantasía. Por eso el desprecio al idealismo. Porque fijar la atención en un mundo ficticio implica desatender el mundo real, el tangible, el que si podemos cambiar. “El idealismo aumenta en proporción directa de la distancia que nos separa del problema”, John Galsworthy lo sabía. Podemos sedarnos con cuanta sustancia teórica podamos inventar, las peores de las drogas, e incluso ese delirio puede ser eterno, pero nos encierra, no hay interacción posible en él. Esta pequeña pero cualitativa diferencia es lo medular. No porque la alternativa nos acerque unos a otros, nada de eso. Al final del día todos estamos solos dentro de nuestras propias jaulas de la percepción. Pero si este grillete asfixia las pequeñas oportunidades de dinamismo e interacción social, aunque sea a distancia, la sentencia no sería la inclaustración, sino la desolación. Y existen dos muertes de diferencia entre una y otra. Aquella donde mis convicciones, miopes y adoptadas, me asesinan y dejan atrás solo un cascarón al servicio de la fantasía, y otra que es referente a la posibilidad de responder a las vivencias en sociedad.

“Dos mil años de oscuridad, un paraíso falso, muletas para los perdedores, aprende a volar…abre tus ojos.“ Koefte deVille

Invertimos nuestra vida, fantasía y soledad es lo que nos retribuye el idealismo.

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