El caracol y el arado: a dos décadas de la marcha que removió México

Texto: Sandra Suaste y AlDabi Olvera | Fotografías: Luis Suaste | Mapa: Miguel Ángel Suaste

 

El Zócalo de la ciudad de México se puso un sombrero maya-tsotsil el domingo 11 de marzo de 2001.

Esta imagen pensada por el Subcomandante Marcos nos ofrece una remembranza del tamaño, la diversidad de colores, el tono y el sentimiento que provocó hace dos décadas el arribo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Congreso Nacional Indígena a la capital del país como parte de la Marcha del Color de la Tierra.

Esta movilización fue uno de los procesos organizativos más complejos e importantes en la historia reciente de México. En el momento climático que fue la concentración del Zócalo cientos de miles de personas dieron la bienvenida a la comitiva rebelde y a representantes de pueblos de todo el país.

Si bien integrantes del EZLN ya habían salido de Chiapas (la comandanta Ramona rompió en octubre de 1996 el cerco militar impuesto por el gobierno y 1111 zapatistas realizaron un recorrido por diversos estados en septiembre de 1997), en la Marcha del Color de la Tierra viajó por vez primera la mayor parte de la comandancia zapatista (incluido Marcos) fuera de territorio rebelde.

También fue la primera vez que los pueblos organizados como CNI les recibieron y acompañaron masivamente.

Fotografía: Luis Suaste

De acuerdo con la entrevista que el Subcomandante dio al cineasta Fernando León de Aranoa para el documental Caminantes (2001), la  también llamada Marcha de la Dignidad Indígena tenía una meta específica:

“Queremos que todas las fuerzas que se logren conjuntar vaya a un solo objetivo y que ese objetivo sea conseguible: el reconocimiento constitucional de los derechos y la cultura indígena.”

Así que la movilización interpelaba al Estado mexicano y en particular a sus legisladores para que cumplieran con los acuerdos de San Andrés en lo general y la Ley de la Comisión Bicamaral de Concordia y Pacificación (Cocopa) en lo particular. Ésto para garantizar el derecho a la libre determinación de los pueblos en materia cultural, territorial, legal y formas de gobierno propio.

Sin embargo, el periodista Luis Hernández Navarro dice en entrevista que, a ras de tierra, la marcha “logró poner en el centro de nuevo la cuestión indígena y mostró una enorme capacidad de movilización de masas”.

De acuerdo con el testimonio de Marcos en Caminantes, este esfuerzo logró además un consenso entre la población: la justicia de la demanda de los pueblos y que el cambio de siglo era el momento indicado para que fuera resuelta.

La resonancia del evento fue internacional. Dentro de las miles de personas presentes estaban, por ejemplo, los Nobel de literatura  José Saramago, Gabriel García Márquez, el sociólogo francés Alain Touraine y la política progresista francesa Danielle Mitterrand. Medios de todo el mundo cubrieron el acontecimiento.

Fotografía: Luis Suaste

En el informe que la representación zapatista dio ante sus comunidades en Oventic el 2 de abril, ya terminada la movilización, Marcos detalla que en 37 días recorrieron 6000 kilómetros, realizaron 77 actos públicos: “donde llevamos 7 veces 7 tu palabra para que fuera escuchada”.

A siete años de su alzamiento armado, el EZLN y el CNI lograba remover el país y abrir por fin la posibilidad de saldar la deuda del país con los pueblos.

La ruta del caracol

La movilización zapatista fue anunciada en diciembre del 2000, justo cuando asumió la presidencia la derecha.

Y le tomó la palabra a Vicente Fox, quien en campaña decía que en 15 minutos resolvería el conflicto en Chiapas, para que abriera una ruta para el cumplimiento de los acuerdos.

“El zapatismo tenía el corazón y la palabra para salir pero no tenía el vehículo”, diría Marcos en Caminantes. Ese vehículo fueron El Congreso Nacional Indígena y la sociedad civil.

Fue así que el zapatismo trazó la ruta: la huella que dejaron a su paso emulaba a un caracol que partió desde los aguascalientes zapatistas hacia San Cristóbal de las Casas. De ahí, siguieron una ruta que hizo una breve parada en Tuxtla Gutiérrez.

Posteriormente se adentraron en el estado de Oaxaca: pararon en La Ventosa y en la ciudad istmeña de Juchitán; luego sobre la capital. Posteriormente viajaron a la ciudad de Orizaba en Veracruz. A Tehuacán en Puebla y a la capital de este estado.

En Tlaxcala visitaron la capital y Tepatepec. Avanzaron hacia Actopan y Pachuca en el estado de Hidalgo. Posteriormente a Querétaro y de ahí al municipio guanajuatense de Acámbaro y luego a Nurío, Michoacán. Posteriormente al centro ceremonial otomí de Temoaya y a Toluca, en el Estado de México, y luego bajaron a la región del viejo zapatismo, Morelos, donde realizaron mítines en Cuernavaca, Tepoztlán. Luego viajaron a Iguala, Guerrero, posteriormente regresaron a Morelos por Cuautla y trazaron la ruta de entrada a la capital: partieron de Anenecuilco para dirigirse al sur de la ciudad y llegar por Milpa Alta para después pisar Xochimilco.

En términos militares «rodear» significa llevar ventaja al enemigo. Pero el caminar zapatista no sólo tuvo como objetivo exigir los derechos ante el gobierno federal y, de alguna manera, cimbrarlo. Esa figura en espiral significó escuchar, recoger y llevar las voces de los pueblos indígenas hasta ese gran templete. La ruta del caracol era una dualidad y tenía como corazón el Zócalo de la Ciudad de México.

 

 

Mapa: Miguel Ángel Suaste

El arado

“A diferencia de un automóvil, o de un avión o  una lancha, el vehículo con el que el zapatismo se mueve semeja más bien un arado. No sólo va avanzando sino que va levantando la tierra y va desenterrando cosas que aparentemente estaban muertas o estaban sepultadas” dice Marcos en Caminantes.

Para pueblos, ciudades, universidades, recibir a la delegación zapatista implicó días enteros de trabajo logístico, comunicativo que oscilaba entre elaborar comida y llevar a cabo eventos públicos.

El acierto de Caminantes, el documental, que se sitúa en el pueblo p’urhépecha de Nurío, fue mostrar éste proceso. Ahí vemos cómo en la comunidad vocean y organizan la faena para armar el templete, los ensayos del acto cultural de niñas y niños, la preparación de la música.

Fotografía: Luis Suaste

«Si el dolor nos unió. Si nos une la esperanza. Nada tendrá sentido si no nos une el mañana» dijo la delegación zapatista durante el Tercer Congreso Nacional Indígena realizado ahí en Nurío con la presencia de 44 pueblos.

“Es la hora de la palabra. Guarda entonces el machete, sigue afilando la esperanza. Siete veces viste el color de la tierra y siete veces vela la palabra. Porque ya viene el siete y el siete es caracol para quien lo siente fuerte. Porque ya viene la espiral que puede ser camino hacia dentro o hacia fuera ruta y esperanza.”

En Caminantes, Marcos dice: “Nuestra idea era que salía el EZLN y en este trayecto iba sumando fuerzas. Llegábamos a la ciudad de México con un gran frente de fuerzas indígenas que planteaban sus demandas al gobierno. Y lo que fue ocurriendo es que esas fuerzas indígenas en muchos casos fueron delegando en el EZLN su representación.”

Ahí explica que el zapatismo tuvo que crear las condiciones para la salida y también el significado de la marcha del zapatismo en un territorio como el mexicano, tan lastimado.

El zapatismo volvió a su territorio a esperar la respuesta gubernamental. A cambio, en menos de un mes, los legisladores, encabezados por el priista Manuel Bartlett, el perredista Jesús Ortega y el panista Diego Fernández de Cevallos aprobaron una ley-simulación.

Fotografía: Luis Suaste

Ciudad de México: ¡Llegamos!

La noche antes de la gran concentración del Zócalo, algunas personas pernoctaron en el lugar para recibir al zapatismo y entregarles “las llaves de la ciudad”.

Al otro día, la comandancia arribó en un trailer del que colgaba una manta con la leyenda «Nunca más un México sin nosotros». El México de abajo abrió la brecha para que pasaran. Como en un gran arado, se preparó la tierra para que la palabra emergiera. Para que los pueblos se nombraran uno a uno hasta retumbar en Palacio Nacional y en las calles aledañas.

***

Domingo 11 de marzo. 2001

«Ciudad de México. Llegamos» dice el Subcomandante Marcos al subir al templete. Levanta su mano izquierda y grita: «Aquí estamos». Las manos con los puños en alto corean una y otra vez: ¡E-Z-L-N! ¡No están solos! La bandera mexicana ondea. Los del color de la tierra reclaman un lugar digno en esa silueta tricolor. La plancha del zócalo está llena y a través de las calles principales del centro histórico llegan más personas para escuchar al Congreso Nacional Indígena y a las comandantas y comandantes zapatistas.

La sociedad civil escucha atenta. Levantan sus manos. Con los dedos índice y medio forman una «V» de victoria. Permanecen y estiran. Es como cuando el arar de la tierra da resultados y los plantíos buscan al sol. La ubicación del templete no es casualidad. Está situado justo de espaldas al Palacio Nacional:

«Es porque de por sí, desde el principio, el gobierno está detrás de nosotros. Por eso no nos ve nunca, por eso no nos escucha».

Las personas forman la figura de una llave bajo el templete.

Fotografía: Luis Suaste

Siete veces siete; la llave y la palabra

Ese 2001 se cumplieron siete años de lucha zapatista, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional bajó de la montaña y se levantó en armas por democracia, libertad y justicia. Siete veces siete, dijeron en Nurío:

«Baja de la montaña y busca el color de la tierra que en este mundo anda. Siete días camina, y de la tierra el color alza. Sé pequeño frente al débil y junto con él hazte grande. Sé grande frente al poderoso y no consientas en silencio la humillación para el nosotros que a tu paso se ensancha».

Antes de hablar en la urbe, había que abrir siete llaves. El EZLN rodeó en espiral y en cada nodo iba dejando un mensaje:

Primero en Temoaya, Estado de México dijeron: «Nada deben temer, que teman quienes cierren los oídos y la boca para oír y hablar con los que somos».

La ruta del caracol seguía, el segundo mensaje fue en Tepoztlán, Morelos  «El silencio que somos quienes del color de la tierra somos fue roto. Sobre sus pedazos nos levantamos».

Y entonces se abría la tercera llave, en Iguala, Guerrero: «Este es México. Para hacer una guerra hay que desafiar al gobierno. Para alcanzar la paz con justicia y dignidad, también».

Fotografía: Luis Suaste

El número cuatro fue en Cuautla, Morelos «Caminaremos entonces el mismo camino de la historia, pero no la repetiremos. Somos de antes, sí, pero somos nuevos».

El 8 de marzo se dejó el quinto mensaje en Milpa Alta, Ciudad de México:  «El color de la tierra pintará toda la tierra que se crece hacia arriba. Apenas entonces empezará a morir la pena. Y con todos los colores bailará el color que somos de la tierra».

El penúltimo fue en Xochimilco, Ciudad de México. Solo faltaba una llave y éste parecía un anuncio de lo que estaba por ocurrir:  «Marzo verá el silencio hecho añicos y otra voz, la morena, voz será entre las todas que cantan».

El séptimo mensaje era para el Zócalo de la Ciudad de México:  «La séptima llave son ustedes». Y ahí los anfitriones entregaron unas llaves hechas de cartón para el CNI-EZLN. Los asistentes abrieron sus ojos y sus oídos.

Fotografía: Luis Suaste

Durante varias de las movilizaciones de la marcha, el zapatismo nombró uno a uno los pueblos indígenas del país. En el Zócalo, intercaló los nombres de los pueblos con frases alusivas a su persistencia, resistencia y dignidad.

Posteriormente hubo una serie de encuentros con rockeros, con la comunidad del Instituto Politécnico Nacional, un acto en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. El 19 de marzo deciden regresar ante la cerrazón de la clase política, y todavía siguen recorriendo diversos pueblos del sur de la capital y universidades como la UAM y la UNAM.

La traición

Llegar al Congreso de la Unión el 28 de marzo y emitir un mensaje ante la tribuna era una forma para lograr el reconocimiento de los pueblos indígenas traicionados por el presidente anterior, Ernesto Zedillo (1994-2000). En 1996 el gobierno y los zapatistas firmaron los acuerdos de San Andrés y aunque Emilio Chuayffet Chemor -ex Secretario de Educación en el sexenio Peñista y Secretario de Gobernación en aquel entonces-los firmó, ocho meses después desconoció el documento.

Ya en el Congreso destacó el racismo que habita en las entrañas de la clase política. Ese día estuvieron ausentes los panistas. Frente a pocos legisladores, la comandanta Esther se autonombró como “pobre, indígena y zapatista” y se paró frente a la tribuna para evidenciar el desprecio que viven como pueblos y señaló la opresión triple: explotación, desprecio y olvido. La comandanta dijo: «Pensaron que sería el sub Marcos, pero él solo es un subcomandante, nosotros somos los comandantes y mandamos obedeciendo. Él tenía la misión de traernos hasta aquí.»

El zapatismo volvió a su territorio a esperar la respuesta gubernamental, que en menos de un mes, los legisladores, encabezados por el priista Manuel Bartlett, el perredista Jesús Ortega y el panista Diego Fernández de Cevallos aprobaron una ley-simulación. Ante ello, el  29 de abril del 2001, el EZLN lanzó un comunicado titulado La reforma constitucional aprobada en el Congreso de la Unión no responde en absoluto a las demandas de los pueblos indios de México, del Congreso Nacional Indígena, del EZLN, ni de la sociedad civil que se movilizó. 

Fotografía: Luis Suaste

Fue el comunicado del “divorcio total” entre la política partidista y los reclamos, y de la ruptura definitiva del diálogo entre el zapatismo con el Estado.

Luis Hernandez Navarro explica que entonces el Estado tuvo oportunidad de saldar una deuda histórica con los pueblos: “esa deuda no se saldó, se traicionó, y esa se mantiene como una continuidad. Neoindigenismo y neodesarrollismo que sigue dejando de lado el asunto de los derechos indígenas.”

Desde el Zócalo el EZLN emitió un mensaje que sigue resonando no sólo para los pueblos indígenas: “No venimos a decirte qué hacer, ni a guiarte a ningún lado. Venimos a pedirte humildemente, respetuosamente, que nos ayudes. Que no permitas que vuelva a amanecer sin que esa bandera tenga un lugar digno para nosotros los que somos el color de la tierra.”

La Marcha del Color de la Tierra sigue tan viva en la memoria del México de abajo. Y es que cuando el EZLN anunció el recorrido que harían por los cinco continentes, recordaron aquella emotiva movilización así:

“La Marcha del Color de la Tierra, la que realizamos, junto con los pueblos hermanos del Congreso Nacional Indígena, para reclamar un lugar en esta Nación que ahora se desmorona.

20 años después navegaremos y caminaremos para decirle al planeta que, en el mundo que sentimos en nuestro corazón colectivo, hay lugar para todas, todos, todoas.  Simple y sencillamente porque ese mundo sólo es posible si todas, todos, todoas, luchamos por levantarlo.”

Justo como hace 20 años, se levantó la tierra con el arado de sus pasos.

Fotografía: Luis Suaste

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