(Segunda entrega)
(Primera entrega) Recordando 1936 y la utopía libertaria de la Revolución.
Esta es la segunda entrega de esta serie de artículos que buscan recordar la memoria histórica de lo que fue la Revolución Libertaria en “España”, allá en 1936. En la anterior y primer entrega, comenzamos a introducirnos al tema, recordando los primeros momentos del contra-levantamiento obrero que logro ponerle freno al levantamiento fascista-militar en las principales ciudades del Estado español, arrebatándole al fascismo internacional por tres años su pretensión de apoderarse del territorio para imponerse sobre las poblaciones y los pueblos.
Esa primer entrega introductoria a lo que fue el inicio de la llamada “guerra civil española”, hace énfasis en que ésta fue una guerra, por un lado, entre los fascista y la república, por el control político del Estado español, pero que para los y las obreras y los campesinos significó una guerra en contra del monstruo fascista y capitalista internacional, que estaba ensayando sus planes de dominio sobre el mundo, para ellos y ellas, esta guerra implicó algo más que una lucha por el control político, sino que fue una guerra de las ideas de libertad en contra del fascismo capitalista que venía a devorar su historia, fue una guerra de los de abajo, por defender los reductos de libertad que se habían arrancado a los de arriba, y era además, para los y las obreras y familias campesinas, principalmente anarquistas, una revolución que habría que construir y defender con la vida.
Esa entrega se cerró haciendo mención de que era necesario entender la historia del movimiento obrero y anarquista, para poder comprender cómo fue posible tal levantamiento social en contra del fascismo y la construcción de procesos revolucionarios que existieron a pesar de la propia república, para lo cual es necesario tomar en cuenta el largo proceso de lucha y experiencia acumulada entre la población obrera y campesina ligada al anarquismo, que devenía de décadas atrás, donde el ideario y la experiencia de lucha estaban fuertemente arraigadas entre los y las trabajadoras, quienes al momento de levantarse para frenar a los fascistas y al derrotarlos, sabían que la guerra no podría ser sólo una lucha de arriba por el poder político, sino que tenía que encarnarse en un proceso revolucionario libertario.
En esta segunda entrega, justo nos abocaremos a hacer un recorrido resumido respecto a la primera parte de esa historia de décadas de experiencia de lucha entre los anarquistas, entre las obreras y campesinos que habían sido despojados de su trabajo y su tierra por décadas, centrándonos de manera principal, en el periodo en que el movimiento obrero en “España” se gestó, y se constituyó, en gran medida, de la mano de las ideas y prácticas anarquistas que llegaron a finales de la década de 1860, cuando llega el emisario federalista de la Internacional, para poder vislumbrar cómo en 1936 los y las trabajadoras del campo y las ciudades contaban con una memoria y experiencia colectiva ligada al anarquismo, no sólo a nivel de teoría o propuesta, sino de práctica y cultural, lo cual fue determinante para lo que ocurrió en 1936.
En fin, acá esta segunda entrega.
Salud y anarquía.
(…Continuación.)
2.- La revolución nunca es espontanea.
La revolución que irrumpió en lo que se conoce como España en 1936, no surgió de la espontaneidad del momento. A pesar de que en los procesos revolucionarios hay infinidad de momentos que podrían considerarse espontáneos, éstos, no son sino circunstanciales, es decir, su espontaneidad puede radicar en el momento y lugar en el que se estalle, pero en sí misma, una revolución es un proceso que se gesta, se construye, se posibilita a partir de instancias, dinámicas, concepciones y prácticas que van arraigándose en comunidades, pueblos, organizaciones y los individuos que les conforman.
La concepción anarquista de una revolución apunta a un proceso social profundo y amplio que se tiene que construir desde abajo, es un proceso que no se puede imponer desde un arriba, sino que tiene que radicar a ras de piso, durante el cual los revolucionarios debemos ir construyendo y empujando procesos organizativos, sociales y colectivos que apunten hacia la transformación de la realidad social, donde nos re-construyamos como seres individuales y colectivos, en las formas en que nos relacionamos, mientras que a la par, vamos impulsando procesos revolucionarios que incidan a nivel social, en lo macro, en lo económico y en lo político1. La conjunción de ambos procesos (en lo macro y en lo micro) forman parte esencial e indispensable para la concepción de una revolución social desde el pensamiento anarquista.
Para el anarquismo la revolución es un proceso en el que esas instancias organizativas, colectivas y sociales que son empujadas por los y las revolucionarias, tienen varios objetivos a corto, mediano y largo plazo:
Hacer un acopio de fuerza social para enfrentar a la bestia del Estado como agente de dominación política y social y al capitalismo como forma de dominación y explotación económica.
Que dentro de estos procesos colectivos se vayan construyendo formas propias de organización y resolución de los problemas lejos de la lógica de dominación y explotación, en base a los principios de libertad, solidaridad, colectividad, etc.
Que a partir de la fuerza que va aglutinando, se emprendan luchas “intermedias” por mejorar las condiciones inmediatas de vida de los y las trabajadoras, arrancándoselas al Estado y al capitalismo, sin ponerlas nunca, cómo el principal objetivo2.
Que estos procesos organizativos se piensen y accionen como procesos de autoeducación, donde re-conceptualicemos las nociones a partir de las cuales nos vamos conformando y relacionando como sujetos individuales y/o colectivos. Buscando eliminar los valores y prácticas simbólicas, culturales, políticas y económicas que la dominación y la explotación implantan en la sociedad y hacer que los principios revolucionarios y libertarios de solidaridad, colectividad, apoyo mutuo, cooperativismo, libertad, horizontalidad, democracia-acción directa, se vuelvan una concepción y práctica de vida cotidiana, abarcando los diferentes ámbitos de nuestras vidas3: individuales, familiares, relacionales, sentimentales, laborales, políticas, organizativas, etc., comenzando a hacer que esos principios vayan habitando nuestra vida social, haciéndolos pasar de ser idearios de la nueva sociedad, a ser una práctica de esa nueva sociedad desde ya, en medida de las posibilidades.
A partir de esto, la revolución anarquista no es un momento concreto, sino un proceso. No se puede considerar que la revolución sea meramente las jornadas de revuelta o insurrección social, pues éstas
son esencialmente momentos concretos buscados dentro del amplio proceso revolucionario. De igual forma, la concepción de la revolución social anarquista no termina con el momento de revuelta o insurrección, sino que debe ir más allá, a la tarea de reconstruir desde las instancias, organizaciones y procesos organizativos colectivos o comunitarios previos, la vida social, a partir de la experiencia acumulada, llevando el proceso revolucionario lo más profundo posible.
Así, el estallido de la revolución anarquista no podrá ser espontanea, sino que será resultado de nuestra capacidad de construirla en todos sus aspectos, sentidos y ámbitos, donde transformemos la forma en que entendemos la vida y lo político, el cómo nos concebimos como sujetos individuales y colectivos, el cómo vemos al otro, a la otra y cómo nos relacionamos unas con otros, comenzando a llevar a la práctica esos valores revolucionarios y libertarios en los que pensamos se debe basar la sociedad futura y libre. A la par de esta transformación en nuestra cotidianidad individual y colectiva, tendremos que empujar procesos sociales y organizativos donde poder anclar, experimentar, mejorar y poner en práctica los valores y concepciones libertarias. Ambos procesos son inherentes al otro, la transformación individual debe influir y reflejarse en la transformación colectiva y viceversa, la transformación cotidiana influye y debe reflejarse en la transformación macro, y viceversa, existiendo una correlación entre una y otra.
Dichos procesos colectivos serán centros aglutinadores de solidaridad práctica y conformaran una fuerza social revolucionaria y libertaria que se va transformando en base a esos principios libertarios, que va empujando y arrebatando al Estado y al capitalismo ciertas mejoras inmediatas, pero que esencialmente centran su objetivo en convertirse en una fuerza revolucionaria que tenga la capacidad de hacerles frente e instaurar en base a los principios libertarios una nueva, o una serie de formas diferentes de vivir en todos los ámbitos de la vida.
3.- Como si pudiéramos resumir la historia I: De la irrupción del movimiento obrero a la constitución de la CNT.
3.1.- La Internacional, el anarquismo y el movimiento obrero en la región “española”: La Federación Regional de Trabajadores de la AIT.
En España4, aunque comúnmente se dice que la revolución comenzó el 19 de julio de 1936, esto no fue tan así. Lo que irrumpió en aquellos días fue el levantamiento obrero en contra del fascismo, es decir un momento de revuelta o insurrección social que no se puede explicar sin las décadas de historia y experiencia durante un largo proceso que los y las obreras y campesinos anarquistas habían venido construyendo, lo que posibilitó que en aquellos días estallara una revuelta revolucionaria.
Para entender por qué fue posible tal levantamiento, deberemos entender el largo proceso revolucionario anarquista, mucho anterior a la conformación de la CNT5 en 1910 y a la de la FAI6 en 1927. Deberemos remitirnos, aunque escasamente, a la conformación del movimiento obrero en esa región, cuando comienzan a irrumpir las primeras expresiones y reivindicaciones propias de clase entre obreros y jornaleros agrícolas, que comienzan hacia 1830 y que toman forma específica hacia mediados del siglo XIX, con el arribo de las ideas socialistas, esencialmente anarquistas, que llegaron de la mano del ala federalista de la Internacional, identificada con Mijaíl Bakunin (Lida, 2010).
La lucha de dominados-desposeídos contra dominadores-poseedores, es una constante en la historia, en el caso de los pueblos ibéricos se pueden encontrar referencias de insurrecciones populares hacia el siglo XV, que Diego Abad de Santillán caracteriza como “la prehistoria del movimiento obrero español” (Abad, 1967). Pero sin irnos tan atrás en la historia, sus antecedentes se pueden situar hacia mediados del siglo XIX (Zugasti, 2008), tiempo en que el capitalismo industrial está en pleno proceso de expansión y en el que se va conformando la propia clase obrera, que va asumiendo su capacidad, fuerza y conciencia colectiva, dándose las primeras manifestaciones de lucha autónoma obrera.
El capitalismo impuso condiciones de vida y trabajo sumamente precarias a las clases trabajadoras, combinadas con sistemas totalitarios de opresión política que mantenían el orden económico y político. Las condiciones de explotación hacia mediados del siglo XIX, dejaban a la población trabajadora en condiciones de vida deplorables y precarias, a las que vamos regresando en nuestros días, y las cuales, salvo algunas décadas, en lugares específicos, siempre han estado presentes en mayor o menor medida: Largas jornadas laborales de entre 12 y 14 horas al día; salarios precarios; sin derechos; sin posibilidad de incidir en la propia vida y trabajo; sin posibilidad de organizarse; con constantes riesgos de la salud y accidentes durante o a partir del trabajo; habitaciones hacinadas de trabajadores; explotación infantil; altos niveles de mortalidad de los y las trabajadoras7, así como una gran masa de campesinos despojados de la tierra, obligados a ser jornaleros al servicio de los terratenientes, que imponían condiciones de semi-esclavitud (Zugasti, 2008).
Estas condiciones de trabajo y vida propias del capitalismo, se combinan con formas políticas cargadas de nociones absolutistas inmersas en los Estados8, que se encargan de imponer y velar por el mantenimiento de las relaciones sociales propias del capitalismo a sangre y fuego, dichas condiciones ya imperaban en el mundo y en el territorio dominado por el Estado español. Ante estas condiciones políticas y económicas, comenzaron a irrumpir expresiones que venían a alzar la voz desde diferentes ámbitos sociales y los y las trabajadoras en los campos y ciudades iban también haciendo eco y levantando sus propias voces, para oponerse a un sistema político y económico que los condenaba a la muerte y la miseria.
En este contexto comenzó a formarse el movimiento obrero en “España”, el cual está ligado en gran medida a la historia de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT), más conocida como “La Internacional” formada en 1864 en Londres a partir de la iniciativa de diferentes organismos obreros (Colombo, 2013, Enckell, 2013). Este organismo llamaría a los trabajadores del mundo a asociarse más allá de las fronteras y con el fin de tomar en manos de los propios trabajadores, no el poder político del gobierno y el Estado, ni los puestos gubernamentales, sino los medios de producción9 (García, 1964).
En el seno de la AIT se conformarían básicamente dos alas que permanecerían encontradas a partir de las divergencias que fueron irreconciliables, donde se concentrarán las principales propuestas socialistas:
Ala centralista o autoritaria: Conformada por las facciones bajo la influencia y dirección de Karl Marx, principalmente las secciones británica y alemana, que pugnaban por hacer del Consejo General de Londres de la AIT, el órgano central de decisiones, con capacidad de imponer sus órdenes y lineamientos políticos a las diferentes secciones de la Internacional. Dentro de esta ala se encuentran las ideas socialistas socialdemócratas y las que posteriormente se conocerían como marxistas, que pugnarían por hacer de la Internacional un instrumento de lucha en pos de la toma del poder político, fuera por medio
de elecciones ahí donde esto fuera posible o por medio de la fuerza revolucionaria. Con la irremediable ruptura de la AIT que culminaría con la muerte de este organismo en 1876-77, esta ala se reagruparía posteriormente, bajo la tutela de Engels, en lo que han dado a llamar la “Segunda Internacional” o “Internacional Socialista”, órgano que ya no llamaría a los trabajadores del mundo a tomar los medios de producción como lo hiciera la AIT, sino que llamaría, ya no a los trabajadores, sino a los Partidos Socialistas a aglutinarse para tomar el poder político de cada nación.
Ala federalista o libertaria: Conformada por las facciones bajo la influencia de las ideas anarquistas, identificada fuertemente con Mijaíl Bakunin, principalmente las secciones francesa, italiana, suiza, española, y federaciones de la sección norteamericana, que pugnaban porque la AIT mantuviera su lógica federalista, donde cada sección y federación guardaría su autonomía frente al Consejo General de Londres. Dentro de esta ala se encuentran básicamente las ideas anarquistas, tanto mutualistas, influidas por el pensamiento de Proudhon, cómo las colectivistas influidas por los planteamientos de Bakunin, que pugnaban porque el movimiento obrero no participara en la política burguesa y rechazarán la toma del poder político como medio o fin de la revolución socialista. Con la ruptura de la AIT10, las secciones y miembros, que como Bakunin, habían sido marginados o expulsados por el Consejo General de Londres, así como otras federaciones que sin ser anarquistas, se habían opuesto a las decisiones impuestas por Marx, se aglutinaron en El Congreso Internacional de Saint Aimer, que buscaba re-aglutinar a los trabajadores en la Internacional, bajo los principios libertarios11 anarquistas, para luchar por la toma de los medios de producción, y acabar con el capitalismo y el Estado.
La AIT fue conformada en 1864 y comenzó a difundir el llamado a los trabajadores del mundo a asociarse y constituirse como una fuerza social proletaria. A la región conocida como “España” llegaron los ecos de la Internacional y fue en 1868 cuando Giussepe Fanelli, enviado del ala federalista llega al territorio a difundir las proclamas, objetivos y propuestas de lucha de la AIT, quien pronto se relacionó con pequeños grupos obreros en Madrid y en Barcelona que se conformarían como los Grupos Organizadores de la Internacional en cada ciudad y pronto comenzaron a adherirse diferentes sociedades obreras por todo el territorio (Zugasti, 2008). La difusión de la Internacional se encontró con la tradición ya existente entre los obreros, que se aglutinaban para entablar procesos de lucha de manera autónoma, lo que permitió que las ideas anarquistas comenzaran a anclarse entre los obreros de las ciudades y las regiones agrícolas.
Entre 1869 y 1870 se conformaría la Federación Regional Española de la AIT, ligada fuertemente al ala federalista, no sin que también llegara el yerno de Marx, Paul Lafargue, enviado del ala autoritaria de la AIT, quien fue a España, a intentar adherir gropos obreros al ala centralista y conformaría un grupo minoritario dentro de la FRE-AIT. Para 1870, al momento de su conformación la FRE-AIT contó con 150 sociedades obreras que representarían a alrededor de 40,000 afiliados. En su Congreso constitutivo se dejó clara la fuerte afinidad del naciente movimiento obrero “español” con el anarquismo, al rechazar la participación obrera en órganos de gobierno y el reformismo político, asumiendo una marcada postura revolucionaria, una vez conformada la FRE-AIT, pronto se adhirieron sociedades obreras de las diferentes regiones dominadas por el Estado español (Lida, 2010), que desde el inicio desconfiaron y se alejaron de la acción política, y de aquellos miembros republicanos, que aunque respetados en el seno de las agrupaciones obreras, impulsaban la acción gubernativa de los órganos obreros (Zaguasti, 2008).
Con la fuerte expansión e impulso que tuvo la FRE-AIT, también inició la campaña de la burguesía en contra de la Internacional en los periódicos de la burguesía, lo que de una u otra manera, sirvió de difusión para la FRE-AIT, y comenzó también la persecución en contra de los miembros de la organización obrera, en 1871 se da la primera gran persecución que obliga al Consejo Federal de la FRE-AIT a exiliarse por un par de años, a partir de ahí no cesan las campañas en su contra, fue declarada ilegal y perseguida, mientras que los obreros realizaba actos públicos en contra de la campaña de difamación y la persecución que se venía sobre ellos.
Anselmo Lorenzo de la FRE-AIT, anunciaría ante esta campaña en contra de la organización obrera, la posición del movimiento obrero, que le haría frente a la persecución y a la ilegalización, marcando una ruptura de la FRE-AIT con lo que la ley pudiera plantear en contra de ella (Ibíd.):
“¡si a la Internacional se la declara fuera de la ley, la Internacional declarará a la ley fuera de la razón y la justicia!”
La fuerza que fue adquiriendo la FRE-AIT, así como los acontecimientos de la Comuna de Paris en 1871, inspirada en las proclamas de la AIT, fueron los motivos de que la burguesía y los sectores reaccionarios de la política española comenzaran a temerle, por lo que decretaran la obligada disolución de la Federación a inicios de 1872, sin que esto implicará la muerte del órgano obrero, que seguirá activo y presente en las calles. Al mismo tiempo, las diferencias entre marxistas y anarquistas en la AIT, se hacían presente al interior de la FRE-AIT, que se pueden resumir en los siguientes puntos:
El objetivo inmediato de la AIT y de la revolución: Para Bakunin y los anarquistas sería la destrucción del Estado y de la explotación del trabajo para desde ahí instaurar el socialismo libertario; mientras que para Marx y sus seguidores sería la toma del poder político, para desde el Estado, instaurar el socialismo.
La participación política-parlamentaria de la AIT y las organizaciones obreras: Marx y sus seguidores pugnarán por la participación política-parlamentaria de los órganos de la AIT, en alianza con sectores progresistas de la burguesía, con el fin de acceder al poder político, ahí donde fuera posible; mientras que Bakunin y las secciones y federaciones ligadas al anarquismo rechazarán la participación política-parlamentaria, al considerar que es contrario y ajeno a los intereses obreros y revolucionarios.
El órgano o instrumento revolucionario: Para Marx y sus seguidores será el Partido, con una formación socialista, en base a los planteamientos de Marx; mientras que para Bakunin, los partidos, aun cuando se llamen “proletarios”, son instrumentos que buscan dominar al propio proletariado, por lo que el instrumento revolucionaria serían las Federaciones de la AIT.
La concepción orgánica de la AIT: Para Marx y sus seguidores, la AIT y la revolución tendrían que tener una dinámica centralista, con un órgano central, capas de decidir por sobre las federaciones, tal como intento hacer del Consejo General de la AIT, dirigido por él; mientras que para Bakunin y los anarquistas, tanto la AIT, como la revolución tendrían que regirse por una dinámica federalista, donde cada órgano, sección o federación mantuvieran su autonomía de los órganos superiores de la AIT, basándose en la libre federación.
Estas diferencias entre
las alas de la AIT estaban presentes en la FRE-AIT y fueron aumentando la distancia entre unos y otros. Cuando se da la ruptura de la Internacional, que se consumó en el Congreso de la Haya en 1872, las secciones y federaciones del ala federalista se retirarán de la AIT, entre ellos, los delegados de la FRE-AIT, quienes participarán posteriormente en el Congreso Internacional de Saint Aimer.
En “España” la ruptura era ya evidente desde meses antes, cuando el grupo conformado por Lafargue en Madrid, minoritario y focalizado, impulsaba de la mano de Pablo Iglesias (posterior fundador del Partido Socialista Obrero Español), supuestos llamados a nombre de la organización a la participación política de los órganos obreros, dicho llamado era falso, pues ni la FRE-AIT, ni la Federación Madrileña los había aceptado ni convocado, esto ocasionó la expulsión del grupo centralista de la FRE-AIT, por haber usurpado el nombre de la organización para impulsar algo que no había sido acordado. Ante la expulsión de los marxistas, éstos decidieron delatar con nombre y apellidos a los miembros de la Internacional más cercanos a Bakunin, publicándolos en su periódico y exponiéndolos a la represión policial (Zugasti, 2008).
A pesar de la represión, la persecución, la delación de los marxistas y la crisis a su interior, la FRE-AIT continuó creciendo, para su tercer Congreso, en 1872, ya cuenta con el doble de organizaciones obreras y se reafirman las tesis revolucionarias anarquistas, ratificando los acuerdos del Congreso Internacional de Saint Aimer y rechazando los acuerdo del Congreso de la Haya de la AIT, acordando mantener su solidaridad con todo organismo obrero, incluso con el grupo marxista, así, fue aumentando la agitación entre obreros y jornaleros por toda la región española.
Con la proclamación de la primera República Española en 1873, se agudizan también los enfrentamientos entre republicanos y conservadores, y se da lo que se conoció como la “Revolución Cantonalista”, con la proclamación de Cantones Independientes, lo que ocasiona una crisis política para la república, que termina con la feroz represión en contra de los cantones, en los cuales participaban tanto republicanos radicales, como miembros de la Internacional, sin que la FRE-AIT participara en forma, sin embargo, se desató una brutal represión en contra de la organización obrera, orillándola a un largo periodo de clandestinidad. Para este momento la FRE-AIT contaba con alrededor de 50,000 miembros que se vieron reducidos dramáticamente en un 90%, después de 8 años de clandestinidad, en los que sus militantes fueron encarcelados, desaparecidos, ejecutados o desterrados, lo que originó que asumiera una postura no pacifica, reconociendo la obligación de responder violentamente ante las condiciones a las que son sometidos los trabajadores, comenzando un periodo de “propaganda por el hecho” entre los miembros de la FRE-AIT: quema de fábricas y atentados, de los cuales, el realizado en contra de Alfonso XIII en 1878-1879, sería el más ejemplar, marcando así el final de la FRE-AIT (Zugasti, 2008).
Así, hasta aquí podemos ver cómo desde, incluso antes, de la llegada de la Internacional a “España”, los y las trabajadoras ya habían comenzado a irrumpir con luchas desde y para ellas mismas, es decir, con luchas con una prístina concepción de clase, esto se potencializo con la llegada de las ideas socialistas y en especial con la llegada de la Internacional al territorio, en específico, de las ideas, propuestas y prácticas anarquistas, las cuales se fueron arraigando fuertemente entre obreros y campesinos, en sus prácticas organizativas que prevalecieron en el movimiento obrero, frente a las propuestas socialista-reformista y marxista. Este recorrido continuara en la próxima entrega, donde seguiremos la historia del movimiento obrero después de la Internacional y la disolución de la Federación Regional Española de la AIT.
(Continuara…)
Bibliografía.
-Abad de Santillán, Diego.
1967. Historia del Movimiento Obrero Español, ZYX, Madrid.
-Colombo, Eduardo.
2013. “Una historia escamoteada”, en Colombo, Eduardo (Comp.) (2013) Historia del Movimiento Obrero Revolucionario, Colección Utopía Libertaria, Libros de Anarres, Buenos Aires.
-Enckell, Marianne.
2013. “La AIT: el aprendizaje del sindicalismo y de la política”, en Colombo, Eduardo (Comp.) (2013) Historia del Movimiento Obrero Revolucionario, Colección Utopía Libertaria, Libros de Anarres, Buenos Aires.
-García, Víctor.
1964. La Internacional Obrera. Breve recuento histórico del desarrollo de la Primera Internacional, Grupo Tierra y Libertad, México DF.
-Lida, Clara E.
2010. “La Primera Internacional en España, entre la organización pública y la clandestinidad (1868-1889)”, en Casanova, Julián (Coord.) (2010) Tierra y libertad. Cien años de anarquismo en España, Editorial Crítica S.L, págs. 33-60, Madrid.
-Zugasti Jiménez, Paco
2008. La clase obrera hace historia, Coedición Fundación Emmanuel Mounier-SOLITEC-IMDOSOC-Instituto Social Obrero, Colección SINERGIA, Serie Roja, Salamanca.
1 Es necesario entender “lo político” como algo más allá que simplemente “la política”. Este segundo término de “la política” apunta hacia la dinámica política del Estado, de los diferentes niveles de gobierno y sus instancias y actores, tales como los partidos políticos que buscan por medio de los propios mecanismos e instancias del Estado o por otros mecanismos revolucionarios, alcanzar un lugar en las esferas de poder político, así pues, podemos entender “la política” como esa política de arriba, la oficial, las que se gesta y se ejerce desde las diferentes esferas de poder estatal. Mientras que “lo político” a punta a procesos más amplios y esencialmente sociales, es decir, hacia las formas de organizarnos y relacionarnos a nivel social, entonces no es lo mismo buscar incidir en “la política” que en lo “político”, aunque mucha veces un movimiento puede incidir en ambos aspectos, queriéndolo o no, está diferenciación entre uno y otro término nos permite entender procesos diferentes, uno estrictamente dentro de los márgenes del Estado y sus instancias de gobierno y el otro que puede ir mucho más allá de dichos márgenes. Así, el anarquismo busca una transformación dentro de lo político, en la forma en cómo concebimos y en la práctica de cómo nos organizamos y relacionamos socialmente, mientras que no le interesa ser parte de “la política”, aunque si es posible, de acuerdo a su capacidad de movilización social, puede, queriéndolo o no, llegar a incidir, directa o indirectamente en “la política”, sin pretensión de ser un actor de “la política”.
2 La cuestión de las luchas “intermedias” ha estado constantemente en debate, no sólo dentro del anarquismo, pero dentro de éste, asumen aristas específicas. Estas luchas “intermedias” no han sido inexistentes dentro del movimiento anarquista, al contrario, han estado siempre presentes y t
ienen una fuerte importancia en su capacidad de incidir socialmente y hacerse vivo en las calles, barrios, fábricas, campos, etc. Las luchas contra las patronales por lograr mejores condiciones de trabajo y enfrentar los constantes abusos, las luchas agrarias por la defensa y/o la recuperación de la tierra despojada, en las que el anarquismo ha estado inmerso, son ejemplos de estas luchas “intermedias”, que desde el anarquismo, no pueden nunca volverse el fin último y único, sino que son parte de la necesidad y urgencia social de actuar y luchar por lograr arrancarle al Estado y al capitalismo mejores condiciones de vida, sin olvidar que al final de cuentas, esto sólo será posible impulsando una revolución que lleve a derruir la dominación del Estado y la explotación del capitalismo.
3 Dentro del anarquismo, se hace énfasis en la importancia de una transformación profunda a nivel social y cultural, en un ámbito mucho más amplio que lo que formalmente se puede entender por lo político y económico. Se hace énfasis en la necesidad de transformar revolucionariamente la vida, sí lo político y económico, pero no sólo, sino que también es necesario transformar la forma en que nosotros nos concebimos y relacionamos, con nosotras mismas, con el otro, la otra, los otros, a nivel de amistoso, sentimental, sexual, comunitario, familiar, con el medio ambiente, etc.
4 Dentro del territorio dominado por el Estado español existen diversas reivindicaciones culturales, lingüísticas, nacionales, tales como la Catalana, Valenciana o Esukaldun, etc., que han insistido en señalar que estas identidades no son españolas, sino que han sido históricamente dominadas por el Estado español, a partir de esto se ha caracterizado para hablar de lo que comúnmente se conoce como “España”, sustituyéndolo por el término “Estado español”. En esta serie de entregas haremos uso en veces como “España”, en veces como “Estado español”, en veces como “territorios o regiones dominadas por el Estado español”, en todos los casos con estos términos, incluyendo el de “España”, hacemos mención no tanto de una identidad nacional o cultural, sino a un territorio y una serie de poblaciones bajo el dominio político del Estado español.
5 Confederación Nacional del Trabajo
6 Federación Anarquista Ibérica
7 Muchas de estas condiciones de trabajo y de vida se maquillaron durante el llamado “Estado del bienestar”, buscando con este modelo poder ampliar los índices de consumo, derrotar a las organizaciones revolucionarias y mediatizar a los y las trabajadoras, pero esta pausa en las condiciones brutales de explotación del capitalismo sólo duro algunas décadas (entre 1940 y 1970) y actualmente se está volviendo a pasos agigantados a condiciones laborales y de vida muy similares, pero remasterizadas y actualizadas, con Estados ya formados y un capitalismo ya extendido por todo el mundo, a diferencia de aquella época, en que los Estados nación y el capitalismo industrial estaban en pleno proceso de formación, fortalecimiento y/o expansión.
8 Esto, con ciertas actualizaciones acordes a los tiempos actuales y ciertas modificaciones en los discursos estatales, siguen estando presente en los Estados neoliberales.
9 Dentro de la Internacional había grupos que buscaban o proponían la toma del poder político, sea por medio de elecciones o por la fuerza revolucionaria (socialistas socialdemócratas y socialistas marxistas) y estaban también aquellos (los anarquistas) que negaban la toma del poder político como fin o medio revolucionario, pero básicamente el llamado de la AIT sería ese: Un llamado a todos los trabajadores a organizarse con el fin de tomar en sus manos los medios de producción y acabar con la explotación del trabajo.
10 La ruptura de la AIT devino de las diferencias abismales siempre presentes entre las diferentes alas de la Internacional, pero se dio claramente como una ruptura alrededor de 1870, cuando el Consejo General de Londres, dirigido por Marx, expulso a Bakunin y margino a diferentes secciones y federaciones obreras que estaban ligadas al anarquismo durante la Conferencia de Londres, a la cual no fueron convocadas la mayoría de las secciones y federaciones, y su ratificación durante el V Congreso de La Haya de 1872, en la cual tampoco estuvieron presentes la mayoría de las secciones y federaciones, sobre todo las del ala federalista.
11 El Congreso Internacional Antiautoritario de Saint Aimer o Internacional de Saint Aimer, fue convocado por la Federación de la Jura, una de las secciones anarquistas más fuertes de la AIT, cuando en el Congreso de La Haya en 1872 se expulsó a la propia federación, junto a miembros como Bakunin y otras federaciones de la AIT. A este congreso llegaron las secciones y federaciones de Suiza, Italia, España, Bélgica, Francia y Estados Unidos.