Uno de los barrios más antiguos de la Ciudad de México está en amenaza. La gentrificación recorre a la metrópoli y hay colonias enteras que resisten e intentan conservar su esencia, para no convertirse en sitios imposibles de habitar. La población de La Merced sabe que podría ser peor con la entrada de proyectos de “limpieza de imagen”, pues una de las características de estos planes de “restauración” es el desplazamiento de las comunidades que no pueden costear una vida lujosa.
La merced es más que un mercado gigante y variopinto. Es un barrio entero. Un rincón en donde prevalecen historias que a veces pasan desapercibidas y se pierden en la gran urbe a pesar de que suceden a un costado del centro político del país. Algunas de esas vivencias sobreviven a la homogeneidad que representa la globalización, pero siguen expuestas al olvido.
La popular zona está ubicada en la zona centro. Es un lugar en donde recaen viejos mitos como el de la fundación de Tenochtitlán. Famoso por la actividad mercantil. Ahí habitaron personajes ilustres: José Gerardo Murillo Cornado, pintor y escritor conocido como “Dr. Atl”; Rufino Tamayo, pintor; Mariano Matamoros, lugarteniente de José María Morelos y Pavón; el cantante, Chava Flores.
Pero también es el lugar donde habitan comerciantes, transportistas, hierberas, trabajadoras sexuales, diableros, boleros, migrantes nacionales e internacionales. Todas esas personas son protagonistas. Sus manos echan a andar una gran pieza en la maquinaria de la ciudad. Abastecen tanto hogares como comercios mayoritarios.
A pesar de su riqueza cultural, de su valor productivo para la economía mexicana y de su historia, La Merced se encuentra sumergida en el abandono y el desprecio gubernamental. Las autoridades han contribuido a agudizar las malas condiciones de vida, a través de acciones como la corrupción y la falta de seguridad. En 2019, más de la tercera parte de la nave mayor del mercado se quemó.
Entre los locales corría un rumor: “esto no fue casualidad”. El 25 de diciembre de 2019, decenas de comerciantes tuvieron la mala fortuna de perderlo todo. Un hombre observa lo que quedó de su puesto consumido por las llamas una noche anterior. Ese mismo sentimiento de desesperanza prevalece; se incrusta en los cuerpos de las personas que semanas antes vendían en esa fracción del gran mercado.
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2020 se complicó. La pandemia significó una carga extra: confinamiento, cierre de comercios, ausencia de clientela, pérdida de empleos, mercancía perecedera, contagios masivos y sobre todo el miedo de sucumbir ante el nuevo virus del SARS-CoV-2.
El barrio permanece con los guantes puestos y en una guardia constante. Esto implica una resistencia ante los proyectos gentrificadores, como el Plan Maestro Rescate de la Merced (PMRM). Viven en defensiva constante.
Hay diversión en las calles de esta colonia. El atardecer cae y un domingo después de una jornada laboral los jóvenes se juntan y hacen un minitorneo de box. La gente se arremolina alrededor de ellos para ver el espectáculo. El público grita, se emociona, chifla.
En los días más tensos del confinamiento la mercancía se quedaba en su lugar. No había personas para consumirla y se tuvo que bajar el precio con el fin de no perder la inversión. Aunque en algunos casos los esfuerzos fueron en vano, pues las frutas y verduras terminaron en los amplios contenedores de basura.
Fuera del inventario:
Muchas niñas y niños se incorporaron a las ventas junto a sus padres, esa fue la única opción. Se quedaron sin acudir a la escuela o a las guarderías por el cierre de los centros educativos, a raíz de la llegada de una era: el tiempo pandémico. El mercado se convirtió en un nuevo centro de enseñanza.
La población migrante es constantemente relegada. En el barrio de La Merced han encontrado un hogar en donde se incorporan a la fluida dinámica cotidiana. Rogelio es originario de Veracruz. Un día llegó a la ciudad y pronto supo que la vida ahí es dura. Ahora deambula por las calles. Diariamente las recorre: desde el centro hasta Tlatelolco. La ruta varía. Algunas veces puede ser hacía Pantitlán. No hay un trazo fijo.
El pan casero nunca falta en los barrios. Don Popeye, como le llaman en La Merced, es uno de los panaderos de la zona. Camina y ofrece su pan, algunas veces grita para anunciarlo. Nunca se ausenta por las mañanas. La confianza es parte de esas costumbres arraigadas que conforman los códigos de los pueblos: si a algún comprador no le alcanzan las monedas, él «le fía».
La voz de las mujeres inunda las calles. Van y vienen con su mercancía: Hierbas para curar el cuerpo y el alma; jengibre, cúrcuma, nopales, ajos, semillas, dulces, utensilios de cocina. La Merced no se explicaría sin ellas. Algunas gritan desde sus puestos o locales para llamar la atención de su clientela. «¿Qué buscaba güerita?», «Es aquí mi marchantita» «¿Qué le damos?».
Doña María es hierbera del mercado. Salió de su pueblo en Michoacán para buscar oportunidades de trabajo y cambiar las condiciones de vida. La nostalgia invade el ambiente cuando habla de su origen. Su vestimenta le gusta mucho, pero tímidamente la presume, porque en la ciudad es víctima constante de la discriminación a los pueblos indígenas, su ropa y su lengua.
Doña Mary se dedica a la recolección de cartón para después venderlo. Esa es su forma de subsistir. Su historia es áspera. La pareja sentimental de su hija le quemó su casa. Doña Mary y su esposo terminaron en el hospital con lesiones en su piel, su esposo se salvó aquella vez, ”de milagro”. Pero después el esposo de su hija volvió a buscarlo. Lo picó con un cuchillo y al poco tiempo murió a causa de complicaciones en las heridas. Ahora busca el pan de cada día. ¿Algún día encontrará justicia?
Los diableros son indispensables para el funcionamiento y la fluidez del tránsito en la merced. Tienen una mezcla de fuerza y técnica que hacen mancuerna con su instrumento de trabajo. Pasan con grandes bultos de mercancía, apilados en «El diablito». Casi nunca se les caen los paquetes.
No ha sido fácil resistir ante complejas problemáticas, derivadas muchas veces de los cambios que implica vivir en un mundo que se dirige, con prisas, hacia la “modernidad”. A pesar de ello, la esencia regresa al barrio.
En 2021 la clientela creció nuevamente. Volvieron a surtir “el mandado” en grandes cantidades. Sin habituarse a vivir entre el virus, pero sí con el tradicional paisaje: los intensos sonidos de los megáfonos en donde invitan a probar las “cápsulas de aceite de caguama”; el grito del “golpe avisa” de los diableros y el caminar cuidadoso por si aparece algún “chinero” (ladrones que aplican una llave a la altura del cuello que corta la respiración, con la intención de despojar de los bienes a sus víctimas).
En la Merced, las personas trabajadoras y habitantes parecieran estar condenadas a un olvido constante que emerge desde arriba. Hay programas sociales otorgados desde las alcaldías Venustiano Carranza y Cuauhtémoc, pero resultan insuficientes para satisfacer las necesidades básicas de la población. Por el contrario, hay una mirada de desaprobación que explica el abandono de los gobiernos y el intento de despojo por parte de las empresas inmobiliarias. El objetivo es borrar el característico color de la zona para dotarlo de blanquitud y uniformidad, zonas residenciales y estacionamientos con costos altos.
Pero desde abajo la vida se reinventa, se libran las adversidades y se aprende a vivir en conjunto. Se sortean las trampas del tiempo y del mundo. Las desigualdades sociales son difíciles de diluir entre la vida del ajetreo y los rápidos ritmos, pero predomina la gente del trabajo, que deja afuera el viejo mito de que “el pobre es pobre porque quiere”. Y con la dignidad que no se regatea, se mira siempre hacia el alba.
REGENERACIÓN RADIO | SEPTIEMBRE DEL 2021 | La Merced: Un barrio que se niega a gentrificarse
Fotografía y texto: Mario Olarte - Texto: Sandra Suaste
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