Estamos en un punto en el que las reflexiones en torno a las agresiones sexistas en espacios liberados es prácticamente nula. Esto sucede porque por un lado, se parte de la premisa errónea de que como somos anarquistas, automáticamente estamos libres de este tipo de lacras. Sin embargo, son actitudes e ideas asumidas que no se eliminan automáticamente, sino que hay que hacer un esfuerzo por trabajarlas.
Y para hacer este esfuerzo hemos de darnos cuenta de ellas en vez de rechazar de plano que tengamos esas actitudes, deberíamos hacer un ejercicio de introspección, para ver cuáles son las actitudes que contribuyen a mantener este estado actual de las cosas para poder combatirlas. Si las negamos sin haber hecho esto, lo único que haremos será maquillarlas, o tener actitudes permisibles de cara a la galería, pero no habremos cambiado de raíz nuestros comportamientos.
La reflexión sobre las agresiones en nuestros espacios se genera (la mayoría de las veces, por no decir todas…) en grupos de mujeres y lesbianas. Su incidencia en grupos mixtos es residual. Seguimos tratando el tema como algo que afecta sólo a las mujeres. Es cierto que somos las que recibimos la peor parte, pero esto nos afecta a todxs, seamos agredidas o agresores precisamente por ese rol que jugamos y que muchas veces nos vemos reacios a plantear.
Y es precisamente este rol el que tenemos que observar, plantear, criticar, reflexionar sobre ello. Cómo nos afecta aplicar un rol “que se supone no nuestro”. Cómo influye el resto de la sociedad, en el sentido de que en ocasiones tenemos una lucha interna con nosotras mismas porque no sabemos si “nos estamos pasando de feministas”, al colocarnos un espejo deformado de “feministas histéricas” cuando algo nos cabrea porque nos afecta directamente. No se puede pasar por alto, no podemos perder de vista que estamos hablando de relaciones de poder desequilibradas y desiguales de partida, de dominación, de opresión.
El hombre (incluido el hombre anarquista) parte de una situación privilegiada con respecto a la mujer. En su mano está pues contribuir a perpetuar esos privilegios o no. Esa contribución puede no ser, o ser chiquita, o ser grande: ignorando, despreciando, ninguneando, invisibilizando, cosificando, acosando, abusando, agrediendo, maltratando…
Desgraciadamente, nuestras relaciones y nuestros espacios no están exentos de estos intentos de abuso de poder. Cada X tiempo sale a la palestra un nuevo episodio de agresión o acoso, por no hablar de todos aquellos (la mayoría) que se silencian. En general, en el momento que una persona decide hacer público que ha sido víctima de una agresión, colectivamente, no reaccionamos, no sabemos reaccionar o no queremos reaccionar… se tiende a invisibilizar, evitar, eludir… se habla de ello como un asunto “privado”, como algo muy complicado, delicado, dándonos una excusa para mantenernos al margen.
Cuesta aceptar la agresión como tal, porque en nuestro imaginario, los agresores son psicópatas, enfermos que acechan en callejones oscuros o esperan agazapados en el portal, sin embargo el 90% de las agresiones sexuales se produce en espacios de confianza. Hemos generado un esteriotipo de agresor que a la hora de la verdad cuesta ver reflejado en nuestrxs compañerxs. Nos hemos llenado de frases y de dibujos de mujeres golpeando en los testículos a hombres agresores. Y esto es fácil de cumplir cuando no hay lazos de ningún tipo con el agresor. Tendemos a pensar que las violaciones se dan por agresores anónimos, para los que la única herramienta de la que disponemos es la autodefensa.
Pero ¿qué sucede cuando estas dinámicas se dan entre personas con lazos de unión, ya sea de compañerxs o de amistad, u otras? pues que no sirve la autodefensa, porque no puedes golpear a quien aprecias. Es necesario otro trabajo ante esto. Un trabajo con varios enfoques, porque podemos ser agredidas, podemos ser agresores, o podemos ser cómplices.
Cuando el modelo de agresor que tenemos es un demonio con cuernos y rabo, es fácil aplicarle este modelo a un agresor desconocido, o a alguien que de por sí te cae mal, y entonces darle una patada en los huevos. Pero cuando ese agresor resulta ser una persona que comparte espacio y trabajo contigo, a quien tienes aprecio, cuando debes aplicar ese modelo a un chico que puede ser encantador, con gran sentido del humor, estar muy implicado en diversos temas sociales, la primera reacción es de “no puedo creérmelo”. Y de alguna forma resulta más fácil y más creíble pensar en una “feminista histérica exagerada” que en un “compañero agresor”. Buscamos formas de entenderlo como un malentendido, como algo no tan grave, para intentar evitar todo el esfuerzo que supone enfrentarse a ello (X no puede hacer eso, simplemente no puede ser). De esta forma, esta resistencia a asumir la agresión en nuestro ambiente, movimiento, relaciones, centros, lugares, nos lleva a minimizar, excusar, justificar, dar una explicación alternativa de los hechos, cuestionando de esta manera a la persona agredida.
Y quizás la solución no sea siempre una patada en los cojones. Si nos debatimos entre darle una paliza o mirar hacia otro lado, normalmente elegimos mirar hacia otro lado, es un mecanismo de autodefensa para no tener que aceptar “la monstruosidad de alguien cercano”. Pero quizás debamos descubrir otras vías. Quizás exista la posibilidad de acercarnos a ese amigo de quien descubrimos un reverso tenebroso y hacerle ver que su actitud es despreciable, pero que estamos dispuestxs a ayudarle para cambiar su actitud. Si le da igual y lo que le importa es mantener su imagen, podremos pasar a la opción de darle de lado, crearle un vacío, o incluso volver a la clásica patada en los testículos. Pero si somos anarquistas, deberíamos estar por la nunca fácil opción de recurrir primero a otras medidas antes que a la mera represión. Proponer el planteamiento y la ayuda para que el agresor asuma el rol que ha estado llevando y se despegue de él.
No tenemos recetas mágicas pero creemos que hay que intentarlo. De lo contrario, al menos ser consecuentes, y mostrar ese rechazo abiertamente, y siempre. Pero seamos realistas, ésto no suele suceder, porque es más sencillo excusar a un amigo que admitir que pueda tener un comportamiento tan insano.
Cuesta aceptar la agresión como tal, porque asumir que uno de nosotros es un agresor es asumir que todos somos agresores potenciales. Precisamente, aceptar que todxs llevamos un agresor dentro, o alguien que facilita el camino hacia las agresiones, es enfrentar nuestro modelo de comportamiento con lo que no nos gusta ver de nosotrxs mismxs. Nos gusta vernos diferentes, vernos distintos a esa sociedad a la que criticamos, y darnos cuenta de estos fallos supone, de nuevo, volver a tocar con los pies en la tierra: ver nuestros errores, todas esas cosas que preferimos dejar pasar para poder mantener la armonía, todas esas actitudes a las que le restamos importancia y darnos cuenta de que pueden tener más importancia de la que le damos. Y entonces, enfrentarnos a esa estigmatización de “feminista histérica” por el hecho de quere
r plantearnos algo que aparece como normalizado.
Cuesta aceptar la agresión como tal, porque pone de relieve las fuertes carencias existentes alrededor de este tema mientras actuamos como si estuviera superadísimo. Porque supone una autocrítica muy fuerte, tener que volver a trabajar un tema que muchxs querrríamos pensar que está superado. No asumimos la agresión por el coste político que pueda acarrear, preferimos silenciarla tratando de eludir la crítica externa… incluso nos puede parecer de lo más inoportuno que alguien decida hacer públicas ese tipo de cuestiones en vez de lavar los trapos sucios en casa…
Asumir públicamente la agresión parece que invalide todos los proyectos que se llevan a cabo, como si un enorme castillo de naipes se desmoronase. Que además será y es usado por otros colectivos “rivales” para atacarnos. Que será una brecha por la que se debilitará todo aquello por lo que trabajamos. De cara a la galería es mejor mostrar que nada sucede, prque las consecuencias pueden ser penosas para todo el colectivo. Es importante mostrar una apariencia de perfección y normalidad antes que asumir públicamente que ha sucedido una agresión y pensar hasta qué punto se ha permitido esa agresión. Pero al actuar así, más tarde tendremos que trabajar sobre porqué hemos permitido que esa agresión quede silenciada, porqué, una vez más, hemos allanado ese camino hacia futuras agresiones, cuando la solución es enfrentar lo sucedido lo antes posible.
Las agresiones más visibles sólo son la punta del iceberg de una serie de pautas asumidas que muchas veces ni siquiera vemos. Por lo tanto, silenciando esas agresiones sólo conseguimos tapar los síntomas… síntomas de que algo dentro está enfermando. Los síntomas están ahí para que nos fijemos en ellos y hagamos frente a una enfermedad. Por algo como militantes hablamos de soluciones radicales (que van a la raíz del problema) y no de soluciones sintomáticas.
¡Alto a las agresiones machistas en los movimientos!
Este es un texto publicado en alasbarricadas.org que habla sobre las agresiones y la violencia dentro del movimiento social. Mucho se habla de la violencia de género, sin embargo nos cuesta todavía trabajo darnos cuenta de que es una realidad presente también en nuestros espacios de organización, no porque tengamos conciencia política significa que hemos logrado quitarnos de encima estructuras y pensamientos patriarcales impuestos por el sistema. Hemos visto casos en los últimos tiempos lo que demuestra que es una realidad cotidiana y no hechos aislados.