La quema del INPI: humo, chocolate e indignación

Fotorreportaje #78

Sandra Suaste, Sergio Cuéllar & Luis Suaste -

Entre humo y chocolate. Así olía el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas el martes 24 de noviembre. Pero a las 10 de la mañana solamente los tonos suaves de una conocida fábrica de dulces, lograban traspasar los cubre bocas de paliacate y de bordados originarios. El rostro de las mujeres y hombres otomíes cambió de un momento a otro. De la espera a la desilusión.
Alfonso Suárez del Real, secretario de Gobierno de la Ciudad de México y Adelfo Regino Montes, titular del INPI, faltaron a la cita para dar atención a la mesa de diálogo acordada. "No están enterados de nuestra propuesta. No les importa", dice un hombre otomí a lo lejos. Otro de ellos murmura: Ya estuvo suave.
En lugar de los funcionarios emplazados, acudió el secretario de Adelfo Regino, Guillermo May Correa, sin respuesta ni esfuerzos de conciliar: “Tengo entendido que nos iban a entregar una propuesta. Oficialmente no hemos recibido ninguna. No la entregaron por escrito. La respuesta que ustedes emitieron en medios”. Minutos después se rompió el diálogo.
En el sótano del instituto reina la ausencia de palabras. Un sonido metálico suena desde la cocina comunitaria que se instaló desde que llegaron los otomíes el 12 de octubre a tomar el edificio. La espera para definir los pasos siguientes se rompe con una frase: "La comunidad ya lo decidió ayer y acordamos que íbamos a quemar". Las cabezas asienten.
La asamblea circular en donde se toman las decisiones en colectivo se muestra de acuerdo. Pareciera que se comunican con miradas. No pasan más de cinco segundos. Tres mujeres se levantan de sus asientos, suben las escaleras y en breve regresan con algunas cajas que estaban en el primer piso. No hay titubeos.
El escenario es desarreglado. Los papeles y los muebles están tirados en la avenida México-Coyoacán. Ese desorden se parece al desalojo de 2017 en donde los extintos granaderos de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, sacaron a la comunidad de sus hogares en el edificio de Roma 18, colonia Juárez. Pero aquel miércoles 19 de septiembre no solo los objetos se dañaron, hubo golpes y excesos policiales. Constantemente lo recuerdan.

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Con frecuencia mencionan el racismo, la discriminación y el clasismo con que se les trata en la colonia Roma Norte y Juárez; también la indiferencia. En las instancias como la que está tomada y el mismo Instituto de Vivienda son invisibles. Llevan esa rabia en su mirada.
El olor del humo se mezcla con el de la fábrica. Notas dulces y picantes. Lo quemado termina por opacarlo todo. Algunas mujeres tosen, cubren su nariz, lagrimean; pero sus manos no cesan de lanzar papeles y alimentar una gran fogata. Portan sus trajes originarios: azules, morados, rosas, verdes. Bordados de colores sobre una tela negra. Huele a indignación y a un olvido de décadas.
«Para nosotros es una humillación que el gobierno venga y nos diga que no saben lo que durante 25 años hemos estado pidiendo. Esta es la cuarta transformación» dice Isabel Valencia, mujer otomí.
A la par se cierra otra avenida. Los automovilistas llevan prisa y se muestran molestos por no poder transitar Eje 8. Así es el ritmo de la metrópoli. Es un sitio en donde parece que no tienen lugar quienes caminan lento, los que hablan en lengua como parte de su cultura. Son las contradicciones de un sitio al que el Gobierno de la Ciudad de México gusta de llamar «Capital cultural de América».
Las cenizas en el piso muestran la extinción de las papeletas y del logotipo del Gobierno Federal impreso en chalecos color guinda. A lo lejos hay una leyenda «Aquí despachaba el traidor de los pueblos indígenas» y otra en sentido opuesto «Aquí lucha y resiste la comunidad otomí».
La indiferencia se esfumó junto a esos documentos al menos por unas horas. El fuego abrió el diálogo de nuevo. Se invadieron los tonos suaves del ambiente para hacer visible que la Comunidad Indígena Otomí demanda una vivienda, una educación digna, una vida plena, un empleo adecuado y sin persecución policiaca. El cese a los megaproyectos que los intentan borrar y su derecho a caminar la ciudad.

REGENERACIÓN RADIO | NOVIEMBRE DEL 2020, AÑO DEL COVID
Fotorreportaje #78: LA QUEMA DEL INPI: HUMO, CHOCOLATE E INDIGNACIÓN

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