El pasado 15 de junio los medios de comunicación paraguayos lograron traspasar las fronteras con la inverosímil versión de un enfrentamiento entre campesinos sin tierras y expertos policías entrenados por el FBI. Los 17 muertos y el desenlace en el juicio político del presidente Fernando Lugo una semana después, hicieron de la Masacre de Curuguaty un paso obligado para entender la realidad social y política del Paraguay.
“Trajeron los cuerpos envueltos en hule negro, gusanos tenían, todos pudriéndose, los trajeron desnudos, algunos tenían un zapato y el otro no”, lo dijo en un español cerrado, como tímido. Ella sabe que no entiendo guaraní, yo sé que no puedo escribir su nombre porque de hacerlo podrían ir a buscarla a su casa.
A 45 días de la masacre la policía continúa con los rastrillajes en las colonias de Maracaná, Araujo Cue, Yvy pytã y Britez Cue estos asentamientos que están siendo allanados fueron tomas realizadas durante los años 90, también por campesinos sin tierra, también con muertos. Desde esas mismas tierras salieron los hijos de los sin tierra en busca de los nuevos campos.
El 2,5 por ciento de los latifundios detentan el 85% de la tierra. En los últimos 20 años no hubo políticas de distribución de tierra, de creación de empleo rural ni de fomento de la agricultura campesina. “No hay trabajo, sin tierra nuestros hijos no tienen a donde ir, por eso vinieron” dijo el padre de uno de los 12 campesinos recluidos en la cárcel regional de Coronel Oviedo, de tan sólo 18 años que se encuentra herido de bala y sin atención médica adecuada.
A los cinco días de la masacre se les permite por primera vez a los abogados de la Coordinadora de Derechos Humanos Paraguay (CODEHUPY) acercarse a los 14 presos, “tenían claros signos de torturas, las heridas putrefactas, claramente no estaban recibiendo atención médica”, asegura Ximena López. Hace ya más de 40 días que continúan en las mismas condiciones.
Las detenciones continuaron horas después de la masacre, dentro y fuera del campo Marina Cue. Miguel Ángel Correa y Marcelo Trinidad fueron liberados el 18 de julio porque no existió nunca una sola prueba en su contra. Ambos fueron detenidos e imputados por la masacre de Curuguaty. El mismo fiscal del caso, Jalil Rachid, estuvo de acuerdo con la liberación debido a que “no existían elementos para mantenerlos presos, ellos fueron detenidos el día de la matanza en el hospital de Curuguaty, no en el campo Marina Cue”.
Hasta el día de hoy las fuerzas policiales continúan la búsqueda de 46 campesinos acusados por homicidio doloso agravado, homicidio doloso en grado de tentativa, lesión grave, asociación criminal, coacción y coacción grave e invasión de inmueble. Los que se encuentran en estado de rebeldía corren la misma suerte que los 12 detenidos que podrían tener una pena de hasta 30 años, incluyendo a los menores de edad.
Roque Orrego abogado de la CODEHUPY denunció que “Existen varios testimonios que aseguran haber visto a policías que ejecutaban de manera directa a personas que ya se estaban entregando”, uno en particular describe como un campesino se estaba “entregando con una mano alzada en señal de rendición y con un niño en la otra mano, cuando un policía lo ejecuta de un tiro en la cabeza”.
“Seis hijos, yo no puedo darle de comer” no dijo más sólo se quedo callada con los ojos fijos en ese campo. “Le mataron al marido” agregó una señora con voz más entera. Después nos mostraron la foto ya desteñida de tanto permanecer a la orilla del campo Marina Cue junto con otros rostros fotocopiados.
Las dos mil hectáreas en disputa se encuentran campo adentro, dicen unos, sobre la ruta dicen otros, nada dicen los papeles oficiales porque a pesar de la insistencia del El Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert) y sobre todo de los Movimientos Campesinos que pidieron la aclaración de la situación irregular de la tierra el trámite no se pudo concluir, el “agrimensor se enfermaba, la orden no se daba, se daba y no se cumplía”. En lo que el saber de los campesinos, los Riquelmes y el Estado coinciden es en el kilómetro 278 de la ruta 10.
Desde la ruta, hacía adentro del campo se recorta el camino colorado en contraste perfecto del pasto verde intenso, más allá “una cruz grande”, dicen quienes la pusieron con sus propias manos para recordar la muerte o la vida, quizás para no olvidar la razón por la cual la primera arrebató todo lo que contenía la segunda. Pero desde el borde de la ruta, no se puede ver la cruz, sólo el monte y unas lonas donde acampan quienes temen por sus familiares perseguidos por “la justicia”, quienes esperan la libertad de sus presos, y los que ya no temen ni esperan.
Estos últimos ya enterraron los once cuerpos “con gusanos, envueltos en hule negro” que fueron entregados sin autopsia previa y descompuestos, tres días después. Estos últimos se preguntan por qué las familias de los seis policías recibieron los cuerpos limpios, las indemnizaciones correspondientes, la celeridad de la “investigación” que concluyó en la acusación de 46 campesinos, por ahora, porque la cacería sigue. Y ellos, los que velan las fotos de sus muertos en la orilla de una ruta sólo recibieron promesas, “jabones y unos paquetes de comida”.
El velatorio de los campesinos fue colectivo, como su lucha histórica en Paraguay, los cuerpos de los hermanos Luís y Fermín Paredes, Adolfo Castro, Luciano Ortega, Arnaldo Ruíz Díaz, Ricardo Frutos y Avelino Espínola fueron despedido por centenares de vecinos que se amontonaban en las paredes sin terminar de la iglesia Santa Luisa. Los cuerpos hedían “tuvimos que cerrar el cajón, ni velarlos pudimos y después ya los llevamos al entierro”.
La lluvia no paró de caer durante el camino al cementerio, en Curuguaty el agua jamás escasea, la humedad pegajosa es propicia para que cualquier especie crezca enorme, hasta la impunidad. En el campo Morumbi la tierra es roja, esto podría ser sólo casual, de hecho la colonia se llama Yvy pytã, que significa Tierra Roja en voz guaraní. Si embargo, es la razón de la masacre, la tierra guaraní en el distrito de Curuguaty es roja por el alto contenido de óxidos de hierro y aluminio, los mismos que la hacen fértil, rica.
Es la tierra, lo que atrajo a Blas N. Riquelme a la zona. “Un empresario que tiene muchos recursos, que soborna”, aseguró uno de los referentes del la comuna, “un símbolo del robo de las tierras públicas”. Riquelme es un ex senador amigo de Stroessner que se benefició y enriqueció durante su régimen, dueños de supermercados y tierras, llegó a ser presidente del tradicional partido colorado.
Tierra Roja: La masacre de Curuguaty y las luchas campesinas
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