Y eso que se necesita es que nunca más ninguna mujer, del mundo que sea, del color que sea, del tamaño que sea,
de la edad que sea, de la lengua que sea, de la cultura que sea, tenga miedo.
Mujeres zapatistas en la clausura del encuentro de mujeres que luchan
Durante el viaje yo iba emocionada porque en este mundo ser mamá y algo más puede parecer imposible; eres mamá al 100% o eres todo lo que quieras menos mamá. Me iba a demostrar si podía ser una o ambas opciones.
Llegamos de noche al Municipio Autónomo 17 de noviembre que pertenece al Caracol IV Morelia, Corazón del arcoíris de la esperanza. El cielo estrellado y mágico como solo se mira en la selva del sureste mexicano. En la puerta un mensaje de bienvenida y una advertencia al sexo opuesto: “BIENVENIDAS MUJERES DEL MUNDO. PROHIBIDO ENTRAR HOMBRES”.
Para ir con mi pequeña hija llevaba todo lo que iba necesitar y algo más por si se ocupaba. Pero estoy segura, no fuí la única, pues veía cómo las zapatistas ayudaban a casi todas con el montonal de maletas. Esa noche el frío calaba terriblemente hasta los huesos. Y entonces, a las seis de la mañana nos despertaron Las Mañanitas a voz de las anfitrionas. Pensé ¡Qué bello despertar en tu cumpleaños así! Suerte la de mi mamá, primera vez que sus pies pisaban territorio zapatista y era su cumpleaños. Un abrazo de sus dos hijas dio inicio a una larga jornada.
A las nueve de la mañana formalmente dieron la bienvenida a las asistentes. El sol pegaba sobre nuestros rostros y sobre sus pasamontañas, todas escuchando la razón que nos convocaba estar ahí, miles de mujeres de diferentes idiomas, colores, razas, costumbres, estaturas, rasgos… todas tan diferentes, en el fondo todas iguales, y el cuestionamiento cotidiano: ¿Seré la única que está viendo mal la realidad? ¿Seré la única quien siente la violencia carcomer nuestra piel y nuestros cuerpos enteros? ¿Seré la única que está mal y el capitalismo y el patriarcado bien? ¿Seré la única que se siente nada por no tener nada para sobrevivir? Era erróneo y todo era producto del capitalismo salvaje y sus consecuencias en nuestras vidas; tantas mujeres, diferentes contextos y los mismos sentimientos. Así inicio nuestro encuentro.
Las horas pasaron, la música llegó, entró en nuestros cuerpos y bailamos, las palabras llegaron y escuchamos, los lamentos y las lágrimas salieron por la ausencia de muchas, por la desaparición de nuestras hijas, por la violación a nuestras conocidas, por los cuerpos descuartizados de desconocidas, por desear tener acceso a derechos básicos para cualquier ser humano, por el coraje de encontrarnos en el olvido.
Pláticas, charlas, discusiones, talleres, obras de teatro, pintura y canto. Todas estas acciones con una misma consigna: ¡Vivas nos queremos!
Viernes 9 de marzo.
Se apagan las luces de todo el Caracol, miles de velas se encienden.
“Esta luz, que hoy encendimos, debemos llevarla a todos los rincones del mundo y no debemos dejar que se apague, porque esta es la luz de la esperanza, y un día será un gran fuego que quemara al capitalismo y al patriarcado y seremos las guardianas para que ese fuego nunca se apague”.
Sábado 10.
Nos quitamos las ropas, nuestros cuerpos recibieron la energía solar. Nos convencimos de que no somos culpables de ser violentadas, corrimos y gritamos, metimos gol. De las zapatistas solo mirábamos ojos de asombro, imaginé que ellas pensaban que el capitalismo y el patriarcado nos estaba dejando peor a nosotras, las de las ciudades, y sí, creo que está más cabrón vivir aquí, en esta pinche jungla de asfalto. Lloré, mire a Sofía y pensé en que si las cosas se pondrán peor para ella ¿Qué destino le espera?
Llegó la noche, volteé y miré a más de 6 mil mujeres, zapatistas y no, atentas, mire a mi mamá, a mi hermana, a mi hija, a mis compañeras y amigas. Leyeron una carta de una madre de los 43 normalistas, lloré por su dolor, porque no hace falta ser madre para sentir la ausencia y contamos hasta el 43, y clamamos justicia, y busqué sus ojos y no los encontré.
Nos dijeron palabras en colectivo, con deseos de decirlo en persona, nos dijeron que de haber sabido bien los números de las asistentes hubieran ido seis mujeres zapatistas para cada una de nosotras: una pichita, una niña, una jóvena, una adulta, una anciana y una finada, todas mujeres, todas indígenas, todas pobres, todas zapatistas dándote el único regalo que pueden darte, un abrazo que aliente la resistencia de nuestro día a día. Lloré, lloramos mucho, lloramos en colectivo. Extrañe a las mujeres que acompañan mi vida y que no estaban. Lloré por ellas.
Palestina, Brasil, Ecuador, Chile, Estados Unidos, México, Grecia, Nigeria, Colombia, Perú, Argentina, Bolivia, España, China, Italia en un mismo territorio, mujeres de esas naciones con un objetivo común, que caiga el capitalismo patriarcal.
Quizás acá en las ciudades replantearemos las formas de organización, quizás, sea momento de dejar atrás malos entendidos, malos recuerdos, quizá debamos borrar divisiones, quizás solo hace falta dejar que salgan las palabras y escuchar.
Quizás acá, esta lucha si puede tener a nuestro lado a compañeros, hombres, porque pienso que solas, está cabrón.
Y bueno, fue difícil, ser mamá y no serlo, quería hacer radio, tomar fotografías, escribir un poco y ser mamá. Logramos avanzar un poco, ella y yo. Agradecí tener a mis compañeras, a mi mamá y a mi hermana que vieron por ella y por mí, a mi compañero que se quedó y alentó mis ganas de ir, de aventarme al camino para encontrarme con mi nueva y no tan nueva identidad.
Por acá, quedó claro qué somos, qué queremos y hacia dónde vamos.