Claro que el fascismo ha cambiado. Difícilmente se presentará ahora con trajes hipermachos Hugo Boss como los nazis, con la esperpéntica estética operística de los fachos mussolinescos, ni la rabona y pacata parafernalia clericomilitar de los franquistas. Los fascistas han aprendido a mostrar una apariencia más normal, más trajes azules corbata roja de Milei o Trump, o los trajecitos inspirados en el pasado europeo, con bordados florales en los puños de Bukele, o estilos vagamente militares como Zelensky, pero más bien normalitos (si se les puede llamar normales a los fascistas).
Sin embargo, siguen iguales, e incluso superan, a sus maestros en el uso de la propaganda, los medios, el miedo, la manipulación y el escándalo para lograr sus fines. Son profundamente ajenos al pensamiento científico, tanto en ciencias duras como sociales; en la actualidad, y a diferencia de sus abuelos fachos (salvo Franco) buscan cercanías con la religión y logran adaptar creencias y cánones que, supuestamente, dan valor místico a sus ideas.
El fascismo, fiel a sus principios fundacionales, indudablemente toma nuevas formas que le permiten llegar a los sectores ideológicamente más atrasados y captar su apoyo para hacerse con el poder. Así está ocurriendo en Estados Unidos con Trump y su camarilla, o en Argentina con Milei; en Brasil con Bolsonaro o en El Salvador con Bukele. También, mucho del apoyo que tiene actualmente el sionismo se debe a los sectores más incultos y fanatizados de Israel, al igual que lo que ocurre con Zelensky,
El fascismo actual, que no es nuevo, sigue siendo misógino, machista, belicista, enemigo de los trabajadores, de las minorías, de la cultura. Sin embargo, el fascismo recargado que vivimos ahora ha sabido hacerse atractivo porque promete un mundo de acción y de castigo para quienes no son, aparentemente, los que lo apoyan, aunque luego se encuentren con el terror de ICE cara a cara como ha ocurrido a muchos latinos que apoyaron a Trump.
Como el fascismo clásico, los regímenes neofascistas se basan en las promesas huecas y la exhibición brutal de un poder bestial que acaba con todo disenso. Ocurre en el interior de Estados Unidos, con ICE y otras entidades policiales, y en el exterior, con las amenazas trumpistas de intervenciones en todo el mundo; pasa con Bukele que mete a la cárcel a cualquiera que pudiera ser criminal, total que si se va algún inocente será lo de menos; se da con Israel, por supuesto, que como matón protegido de colonia muy marginal asusta a quien se le opone y a quien sospecha que podría oponérsele.
Uno de los más grandes problemas que ocurre en la guerra contra el fascismo es cuando se le trata de combatir desde terrenos racionales, algo completamente absurdo e inútil toda vez que el fascismo es una ideología absoluta y primordialmente irracional. No busca tener razón, sino imponer una visión totalizadora del mundo.
Al fascista no le interesa decir la verdad, miente a sabiendas, engaña a sabiendas; no necesita otra excusa o razón para hacerlo que lograr sus fines. No tiene una visión de la humanidad en el futuro. Incluso, el Reich de los mil años era una construcción fantasiosa en la que durante diez siglos la humanidad permanecería estática, pues según la visión nazi, no habría nada después pues se suponía que era el orden histórico y político permanente, como puede verse en los discursos de Hitler, textos de Goebbels o Moeller van den Bruck. Mussolini pensaba que Italia sería un nuevo imperio romano centenario y Franco creía que sería inmortal.
Es curioso ver que si preguntamos al Chat GPT, de Sam Altman de San Francisco, EUA, ninguno de los líderes anteriores es considerado como fascista, cuando mucho, como autoritarios y populistas según el producto de la empresa OpenAI que tiene como objetivo “asegurar que la inteligencia artificial general beneficie a toda la humanidad”.
Lo anterior solo para ilustrar la manera en que los fascismos nuevos se blanquean, intentan pasar por buenos chicos, cuando en realidad siguen siendo el mismo cáncer de siempre. Por eso, no olvidar que ya sea la versión vieja o la recargada, y como dijo el sindicalista y combatiente Buenaventura Durruti “al fascismo no se le discute, se le destruye”
