El «ar bede» otomí

Luis Suaste & Sandra Suaste -

«Ar bede» quiere decir en otomí «contar», «plática», «cuento» o «relato». Los ñöñhös solían juntarse como pueblos para contar historias míticas o vivencias familiares. Hoy escriben su propio libro cuyo epígrafe es: Nunca más una ciudad sin los pueblos indígenas.

La Ciudad de México es un complejo paisaje en el que a veces irrumpe el horizonte. Desde sus estructuras, resulta complicado mirar la complejidad de lo que se revela desde abajo. Pero existe.

Diversos pueblos indígenas habitan y viajan a esta ciudad desde su fundación, aunque desde la Colonia la metrópoli los niegue y se empeñe en mirarlos como extraños. Habitan aunque se les obstaculice el derecho a la vida digna. Trabajan pese a la persecución policiaca. Hablan sus lenguas, aun cuando se les responde con desprecio.

Esta es la historia de la Comunidad Indígena Otomí o Ñöñhö que migró desde el pueblo de Santiago Mexquititlán, Querétaro. Han sido desplazados históricamente. En 1970 la violencia económica les obligó a salir para vender sus artesanías y mejorar sus condiciones de vida. Dormían afuera del metro, en los parques, en las centrales de autobuses y en los hospitales. Algunas otomíes lloraron la primera vez que pisaron la ciudad. Después de unos días de trabajo regresaban a su pueblo. Con el paso del tiempo decidieron quedarse. ¿Para qué regresar si no había trabajo ni acceso a la educación?

Después del sismo que sacudió a la Ciudad de México en 1985, mientras que algunos abandonaron sus casas, las familias otomíes vieron una oportunidad de vivienda, así ocuparon esos predios y se establecieron. Desde 1987 se organizaron con la Unión Popular Revolucionaria Emiliano Zapata (UPREZ) Benito Juárez. En las recientes décadas se acercaron al proceso del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y decidieron ser parte del Congreso Nacional Indígena (CNI).

Fueron parte del proceso de candidatura de María de Jesús Patricio porque confiaron en ella. Eso los direccionó como organización y los hizo verse en un espejo: el racismo de la sociedad mexicana, de las instancias gubernamentales y de los medios de comunicación masiva. El desprecio que recibió Marichuy era el mismo que vivía la comunidad todos los días.

El zapatismo influye de manera directa en sus formas de organización, la reivindicación de reclamos como trabajo, vivienda, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz. Sí, las demandas zapatistas. También se mantienen en alianza con otras resistencias. Así es como incorporaron a sus demandas la lucha en contra de los megaproyectos como el Tren Maya, el corredor interoceánico del Istmo de Tehuantepec, el Proyecto Integral Morelos, el Aeropuerto Internacional de Santa Lucía y la Refinería Dos Bocas.​

La contra conquista

Comunidad Otomi CNI

La mañana del 12 de octubre del 2020, a quinientos veintiocho años del arribo de Colón a este continente, mientras los ojos de la opinión pública esperaban ver su estatua derribada, las mujeres y hombres otomíes decidieron construir. Con sus hijos en brazos tomaron el Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI), el lugar que dice velar por sus derechos, para señalar el racismo y la discriminación de los distintos niveles de gobierno.

Por semanas estudiaron la forma en la que entrarían. Se reunieron a unos metros del instituto. Caminaron de manera sigilosa, luego decidieron apresurar el paso para que las autoridades no les cerraran la puerta en la cara. Llegaron a la sala de espera que ya conocían. Los policías los miraron con incredulidad y sin comprender la toma, sin entender que debían salir del edificio, se fueron. Las otomíes iban al frente. Después hombres y mujeres se mezclaron por todo el edificio. Avanzaron por las escaleras y descubrieron a cada paso más lujos; la opulencia de la clase política.

El sexto y último piso estaba lleno de bastones de mando, bebidas embriagantes, artesanías y tapetes, vestigios arqueológicos en nichos de unos dos metros, quesos finos en estado de putrefacción en un sillón de piel. La oficina de un funcionario al que después llamarían traidor.

Adelfo Regino es mixe oaxaqueño director del INPI, ex asesor del EZLN y orador durante los diálogos del CNI-EZLN de 2001 en el Congreso de la Unión. En 2020 fue calificado por el CNI: es un “desertor de nuestra lucha de 500 años”. Cinco días después de la toma, su sala de juntas fue utilizada para un encuentro de pueblos y organizaciones sociales. El lujoso espacio desde donde antes se gestó el despojo fue intervenido con gráficos y mensajes de quienes se resisten a ser solo un elemento de aparador.

Las mujeres hablaron. Bettina Cruz, defensora de la tierra del pueblo binni’zaa del Itsmo de Tehuantepec, Oaxaca, mencionó: “Era el INPI, pero ahora es la casa de los pueblos indígenas. El pueblo otomí lo recuperó para nosotros".

La vocera del Concejo Indígena de Gobierno (CIG), María de Jesús Patricio, sintetizó con sus palabras lo que representa la lucha de la comunidad:

«Quieren hacerlos que pidan limosnas cuando lo que tienen son derechos. Tenemos que gritar si no nos escuchan. Los pueblos somos pacientes, podemos esperar porque ya tenemos tantos años, pero llega un momento en que esa paciencia se acaba y ustedes hoy lo han demostrado»

Un sitio de decoraciones folklóricas, ahora con una leyenda encima de un colorido tapete: «La Comunidad Otomí no somos pieza decorativa». Esa identidad pronto abarcaría todo el edificio hasta convertirse en La casa de los pueblos y comunidades indígenas “Samir Flores Soberanes”.

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El futuro es con vivienda digna

Los predios de la Comunidad Otomí están ubicados en las colonias más cotizadas de la capital: A tan solo tres calles de Roma 18, hay una casa en venta por 59 millones de pesos. Para el poder y para ciertos vecinos resulta escandaloso que las poblaciones indígenas pobres aspiren a viviendas ubicadas en zonas como la Roma o la Juárez. En esa parte de la ciudad las industrias inmobiliarias acaparan el espacio y se comportan como grandes mafias construidas a partir de corrupción e irregulares acuerdos con los gobiernos en turno. Las obras prioritarias son plazas, estacionamientos, oficinas, departamentos de lujo, galerías de arte, bares, restaurantes. Los pueblos originarios no tienen lugar en esos proyectos.

El sismo de 2017 no solo sacudió a la Ciudad de México; provocó solidaridad, apoyo, empatía y trabajo colectivo para remover escombros. Las constructoras quedaron en evidencia por los materiales de baja calidad con los que estaban hechas las estructuras derrumbadas. También saltó a la vista el daño de los predios donde reside la comunidad otomí. Aquella tarde la ciudad de asfalto se desplomó y con ella toda la ilusión de progreso. Los edificios de Zacatecas 74, Roma 18 y Guanajuato 200, en donde la Comunidad Otomí vivía, estuvieron a punto de colapsar. A raíz de esto, empezaron a dormir afuera de sus agrietados muros, en campamentos improvisados hechos de lonas, cobijas, madera.

Después del terremoto, las autoridades enviaron en dos ocasiones a la fuerza pública contra el campamento de Roma 18, ubicado en la delegación Cuauhtémoc, con la intención de desalojarlo. La primera ocurrió exactamente un año después del sismo cuando el perredista Miguel Ángel Mancera todavía gobernaba la Ciudad de México. Fueron golpeados y despojados de sus pertenencias. La segunda fue el 30 de mayo de 2019 ya con Claudia Sheinbaum como jefa del nuevo gobierno morenista, quien les envió al cuerpo de granaderos que había declarado extinto meses antes.

Es así como las razones para realizar la toma se fueron acumulando y el edificio del INPI se convirtió en un espacio de vivienda temporal, en un sitio de encuentro, diálogo, organización. La Casa de los pueblos y comunidades indígenas “Samir Flores Soberanes”.

El reclamo histórico

Desde antiguos tiempos las autoridades virreinales dieron largas a los habitantes para otorgarles la posesión de las tierras comunales en Santiago Mexquititlán, ubicado entre montañas y ríos. Después de que fundaron su pueblo en 1540 tras desplazarse desde el estado de Hidalgo, les decían que los papeles estaban perdidos o se necesitaba nueva documentación, refiere el antropólogo Marcelo Abramo Lauff, gracias a los documentos que encontró en el Archivo General de la Nación.

Nada ha cambiado: Las trabas institucionales para acceder a una vivienda persisten aún después de casi medio siglo.

Quienes se quedaron en Santiago, defendieron el templo sagrado, sus comercios tradicionales, su tierra, la muñeca Lele. Estela Hernández Jiménez, nativa de ese pueblo, pronunció una de las frases más potentes y replicadas en el movimiento social y hasta en otros países «Hasta que la dignidad se haga costumbre», dijo cuando la Procuraduría General de la República le otorgó una disculpa pública a su madre, Jacinta Francisco Marcial, injustamente encarcelada durante tres años por el supuesto secuestro de policías federales durante un operativo para imponer una plaza turística el 26 de marzo de 2006.

Y quienes viajaron a la ciudad tocaron puertas, se manifestaron en las calles del centro histórico, en el Instituto de Vivienda, tuvieron mesas de diálogo a puerta cerrada con autoridades que jamás escucharon ni vieron a los ojos a la Comunidad Otomí.

«Ar bede» quiere decir en Otomí, «contar». Se les da con facilidad relatar lo que ven y lo que viven. El cuento es una de las prácticas en comunidad. Pero ahora adquirió otras dimensiones. Han construido su propia historia al recuperar la palabra: decir que existen en la ciudad, aunque prevalezca la sordera y la ceguera; denunciar a partir de sus historias de vida y relatos cotidianos; abrirse paso entre cercos policiacos que les impiden caminar. Las mesas públicas que instalaron para que las instancias escucharan, son el «ar bede» actual.

Después de tomar el instituto los otomíes instalaron la primera mesa de diálogo el 3 de noviembre de 2020. Ahí dejaron claro que sus exigencias son mucho más que solo un techo.

Antes, emplazaron a Claudia Sheinbaum y a Adelfo Regino para que los atendieran en las puertas del INPI a las 10 de la mañana. Sheinbaum no llegó a la cita y las otomíes lo lamentaron: “usted también es mujer” dijeron. Alfonso Suárez del Real, secretario de gobierno de la Ciudad de México, acudió como representante. Durante la ráfaga de reclamos históricos, Adelfo Regino nunca alzó el torso para mirarlos a los ojos.

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Isabel Valencia es la mujer más grande de quienes integraron la mesa. Fue la primera en tomar la palabra al estar cara a cara con los funcionarios:

«Hoy estamos aquí para decirles que no venimos a pedirles. Para exigirles que nos escuchen, que cumplan con sus trabajos, es lo que les corresponde. Mandaron a la muñeca Lele a recorrer el mundo y a nosotros nos han ignorado, a nosotros no nos ven, pero sí presumen nuestras artesanías».

Maricela Mejía es concejala del CIG. Ella dirige sus palabras casi sin pausas: «Usted, Adelfo Regino, viene de un pueblo ¿No conoce qué quiere la madre tierra? ¡Paz! Ya basta, porque estamos hartos de engaño, de que usted venga y se presente y diga “hermano” ¿hermano? ¡Por favor! No se le roba al hermano. No se le despoja al hermano. No se le saquea. Se le olvidó de dónde vino, se le olvidaron los acuerdos que tenía con los hermanos zapatistas. No queremos ese tipo de hermanos».

Esa fue la primera vez que las autoridades las escucharon y tomaron nota. Nunca les habían prestado atención.

Desde ese día los otomíes transformaron el INPI: la puerta se convirtió en el escenario de los reclamos históricos, situada justo frente a la banqueta de los funcionarios agachados. Aquella decisión de hacer públicas todas las mesas colocó a las autoridades ante los ojos de la sociedad y de los medios de comunicación, se mostró la desatención, la carencia de propuestas y el poco conocimiento que el propio instituto tiene respecto a los pueblos para los que dice trabajar.

Con el tiempo las mesas se fueron desgastando. Los funcionarios ya no acudían; en su lugar llegaron asistentes a tomar nota. Después de tres mesas de trabajo, la comunidad sintió el engaño y la desatención. "Nos quieren ver la cara" era el ánimo que prevalecía después de cada reunión. A la cuarta mesa ya no llegaron los burócratas que ocupan los puestos más altos y los otomíes cumplieron una advertencia. Su indignación ya había crecido durante décadas, pero esta vez se desbordó hasta que la Comunidad desalojó el primer piso del instituto que en ese momento se convirtió en un sitio en llamas alimentadas por expediente muerto.

Existimos en la ciudad

La Comunidad Otomí encendió fuego para abrir el diálogo nuevamente. Quemaron los archivos del primer piso del edificio. Desalojaron como a ellos los desalojaron en 2018. Se decidió ejercer presión y así fue como en la avenida México-Coyoacán se consumieron poco a poco los muebles y papeletas. Los chalecos del Gobierno Federal con el color guinda morenista se convirtieron en cenizas.

Ese martes 24 de noviembre de 2020 olía a chocolate, humo y enojo. Al siguiente día Alfonso Suárez del Real, secretario de Gobierno de la Ciudad de México en aquel entonces, llegó con un compromiso en mano: iniciar los trámites para otorgarles la titularidad de uno de los edificios: Zacatecas 74. La promesa que no cumplió fue otorgarles Roma 18 para el 13 de agosto, fecha en que se conmemoraron los 500 años de la caída del México-Tenochtitlan.

Respecto al terreno en Zacatecas, el decreto de expropiación era un elemento fundamental para que la Comunidad Indígena Otomí iniciara los trámites de construcción de sus hogares. Tan solo faltaba algo. Claudia Sheinbaum no había firmado y como consecuencia, no se podía realizar la publicación en la Gaceta Oficial de la Ciudad de México. La comunidad volvió a cerrar avenidas, ejercer acciones de protesta, hasta que el 17 de junio de 2021 dijeron: «Nos chingamos al Estado».

Se publicó el decreto expropiatorio a favor de la Comunidad Indígena Otomí y esto les otorgó el inmueble ubicado en Zacatecas 74, colonia Roma Norte, alcaldía Cuauhtémoc. «Con resistencia y rebeldía les arrancamos el decreto expropiatorio» dijeron para señalar que es un triunfo de su persistencia y no una dádiva del Estado.

Una vivienda pagada, no regalada, insisten con la mirada alta. Faltan tres predios más y una lista de demandas para tener un espacio dotado de plenitud y dignidad dentro de la ciudad. Sueñan con un techo seguro para sus hijos y un futuro con garantías. La espera continúa. Pero en el edificio que fue del INPI, al menos tienen en donde resguardarse y no se preocupan por las inundaciones en tiempo de lluvia.

Durante estos meses de la toma nos han contado sobre las carencias que vivían en sus predios: escasez de agua y alimento antes y durante la pandemia, discriminación en los centros educativos, nulo acceso a la salud, racismo por parte de vecinos y autoridades delegacionales, carencia de empleos dignos y suficientes, persecución policial.

La paciencia es otra de sus virtudes. Si ya esperaron 528 años pueden esperar más. Saben que el tránsito no será sencillo. Esperarán. Sus cuerpos se posicionan en la ciudad, hacen uso de ella. Pisan el asfalto con dignidad, ya son residentes y desde su propio proceso le siguen diciendo a los citadinos: “Nunca más una ciudad sin los pueblos indígenas”.

El camino ha sido largo. Para ser visibles tuvieron que aprender a vivir en colectivo: re-significarse como mujeres portadoras de la palabra, hombres cocineros, salir a hablar en público, verse como pueblos e identificar que sus modos de vida no son un error ni una vergüenza. Aprendieron a luchar contra las instituciones, pero también a cuidarse del COVID-19 y arrancaron con apuestas y esperanzas en tiempos difíciles para el planeta entero. Emprendieron un viaje junto con el EZLN para encontrarse con los dolores de otros continentes: «Somos piratas verdaderos. Somos semillas que buscan otras semillas».

Regeneración Radio | Octubre del 2020 | MicroSitio: El «ar bede» de la Comunidad Otomí

Reportaje: Sandra Suaste | Diseño: Luis Suaste | Ilustraciones: Gato (CMAA) | Fotografías: Luis Suaste & Sandra Suaste