Lenguaje y poder I ¿Cómo dijistes que se dice?

Luego de más de 30 años de dar clases de nivel universitario en varias licenciaturas (Periodismo —en diversas escuelas— Pedagogía, Psicología Educativa, Mercadotecnia, Administración Educativa, Diseño Gráfico, Publicidad, Comunicación, Ciencias de la Información y otras que se me olvidan) he venido repitiendo, casi como mantra, un hecho que me parece evidente: el lenguaje no solo sirve para comunicar. De hecho, cada vez estoy más seguro de que ni siquiera es esa su función primordial, aunque conste que no lo digo como lingüista, sino como comunicador y estudioso de las ciencias de la comunicación.

El lenguaje, creo yo, sirve para organizar el mundo (tal vez no para crearlo), para darle sentido, de tal manera que lo que se nombra, y cómo se nombra, tiene cierta relevancia, mientras que lo que se oculta, o no tenemos vocablos para expresarlo, permanece a la espera de poder encontrar una forma de materializarse. Es importante aclarar esto, porque como ocurre con los derechos humanos, existen, aunque no se nombren, aunque siempre puedan describirse.

También es cierto que todo lenguaje, y su uso, responden a una posición ideológica. El lenguaje neoliberal, que existe como una realidad que tiende a la hegemonía por la posesión de los medios de comunicación, las redes sociales y, sobre todo, por la posesión del discurso global, convierte el eufemismo en una forma de control que acompaña la violencia real con una violencia simbólica llena de palabras lindas, amables. Las economías no se precarizan, se “flexibilizan”, y narran guerras o represiones con “daños colaterales” que no son otros que civiles desarmados. Ante el gasto público desmedido, que en realidad tiende a ser una muestra de la corrupción capitalista, se pide “racionalizar el gasto” que quiere decir que hay que fastidiar más al proletario.

El poder borra el sujeto y el conflicto. Así, muchos medios hablan de “los sucesos en la franja de Gaza” y no del genocidio que está ocurriendo, o se hace referencia a las fuerzas de orden que “cuidan” manifestaciones y no de policías que las reprimen. Habla de violentos enfrentados a pacíficos, en los cuales de una manera orweliana, los primeros son los civiles y no guardias nacionales o policías, entrenados en la violencia.

Para Focault y Bordieu, quien nombra, domina. El primero sostiene que el lenguaje y el discurso son formas de poder, mientras que para el segundo, “el poder de nombrar” es una forma de dominación socialmente legitimada, ya sea, según Said, cuando Occidente domina al Oriente al nombrarlo (¿te dice algo la expresión “cercano Oriente”, por ejemplo?) mediante la construcción de identidad a través de categorías impuestas que llevan a pensar en que los palestinos son, por ejemplo, retrógradas, salvajes, machistas, fanáticos… porque así son los “árabes” según el discurso hegemónico.

Nombrar al otro, según Quijano y MIgnolo, desde una perspectiva más latinoamericanista, afirman que nombrar al otro desde el centro hegemónico implica dominarlo epistemológicamente, lo que nos permite entender, entre otras cuestiones, la necedad de muchos españoles de derecha en que nosotros somos “iberoamericanos” y no “latinoamericanos”:

Que el lenguaje es poder, no cabe duda, pero también es clase y exclusión. Hay un lenguaje del privilegio, culto, que pretende ser la norma, que califica a quienes no lo dominan como ignorantes, incultos y bárbaros, con menos cualidades morales y éticas para dar su opinión. Esto va desde el normativismo de evitar el lenguaje incluyente, hasta criticar modismos o variedades dialectales del propio español.

Tenemos, por ejemplo, el infame caso de Lorenzo ?Córdova,?antiguo Consejero Presidente del Instituto?Nacional?Electoral (INE) que en abril de 2015 se le escuchó burlándose de la forma de hablar de un líder indígena, o las críticas recientes a Hugo Aguilar Ortiz, actual ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación desde septiembre de 2025, por usar expresiones como “fuistes” o “dijistes”, formas populares no normativas en el español estándar. Hugo Aguilar Ortiz ha sido objeto de polémica necesariamente no por su desempeño jurídico, sino por el prejuicio hacia su habla regional y popular, fenómeno que se enmarca en el clasismo lingüístico mexicano, donde “quien nombra, domina” cobra plena vigencia.

Los medios como voceros y legitimadores del poder, asignan acentos, modismo, expresiones y discursos a determinados grupos sociales para asociarlos con ignorancia, delincuencia, torpeza o fealdad (porque, como si fueran griegos, muchos consideran que su “linaje” no solo es culto, sino bello, mientras que a otros les dan un contenido de conocedores, cultos y guías.

Hablar bien, entendido como seguir la norma culta y más que eso, seguir la norma culta cuando conviene al poder, es un discurso de obediencia, de sumisión, como ampliaremos en la siguiente entrega.

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Gabriel Páramo
Gabriel Páramo
Profesor universitario, periodista.

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