Decir que el mundo enfrenta el peligro de la instauración de regímenes fascistas fuertes no es una exageración ni, mucho menos, una forma de hablar. Es el llamado de atención hacia uno de los futuros posibles, aunque menos deseados, para la humanidad en los años venideros.
Los ejemplos están por doquier. Desde Trump y su ultraderecha cínica, ignorante y violenta, hasta los delirios de Bukele y su sueño de convertir El Salvador en un campo de concentración donde solo los ricos, que para ellos son la única gente decente, puedan vivir. El resurgimiento de ese fascismo se ve, también, en los triunfos de la derecha (ultra y no) en Europa, en los discursos y actuaciones del ex cómico Volodímir Zelenski, gobernante de Ucrania, o en el patético, rastrero y lamentable Javier Milei, presidente de Argentina.
Que todos estos personajes, y también sus seguidores, sean patéticos y risibles solo encubre su peligrosidad, la hace más amenazante porque la gente difícilmente los toma en serio hasta que es demasiado tarde. Así pasó con Hitler, su ridículo bigotito y su obsesión por los uniformes de diseñador; con Mussolini y su aparatosidad y facha de cantante de ópera, y con el minúsculo e insignificante Franco. De repente, la gente dejó de reír porque solo le quedaba gritar, llorar y morir, cuando desencadenaron la furia y demencia que son parte consustancial del fascismo.
De acuerdo con Umberto Eco en Ur-fascismo o El fascismo eterno, las características del fascismo son las siguientes:
- Culto a la tradición. Tratan de unir tradiciones y pasados que expliquen sus postulados y los hagan válidos, pero sobre todo, que eliminen la posibilidad de discutir sobre ellos. En el caso de Trump tenemos, por ejemplo, toda la mitología de las tierras vacías y el ímpetu civilizador del hombre blanco. En América Latina tenemos la necedad de historiadores como Zunzunegui y su necedad prohispanista de negar la conquista y la historia de México.
- El rechazo al modernismo, que se traduce en la negación de la ciencia y el conocimiento. El fascismo moderno negará la efectividad de las vacunas y la realidad del cambio climático.
- El culto a la acción por la acción, en la que importa hacer cosas sin pensar en ellas, con una actitud anti intelectual e irracional, como la necedad de negar los desarrollos sociales sin más y pensar que antes todo era mejor, aunque sin aclarar qué era ese “antes”; esto también está ligado al ataque a las universidades y a los profesores, sobre todo a los pertenecientes al magisterio combatiente.
- El desacuerdo es traición, por lo que cualquier discurso intelectual o razonamiento intelectual no tienen cabida. La doctrina del Estado es cuestión de fe y así debe entenderse.
- Miedo a la diferencia. El fascismo pretende la uniformidad, por eso rechaza a los inmigrantes, a los extranjeros a los que piensan en otras cosas.
- Obsesión por un complot. Los nazis hablaron de judíos que minaban la razón de ser alemana, los franquistas, de comunistas anticristianos. En México, los profascistas están seguros que cualquiera que esté a la izquierda, socialdemócratas gobernantes incluidos, están coludidos en una especie de eje del mal para acabar con la nación.
Eco menciona algunas características más, pero las retomaremos en las próximas entregas de esta columna.