Ilustración especial para Regeneración Radio: Sabina Varela Turcott
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo, pero
ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Últimos días del sitio de Tenochtitlan
No es casualidad. Los grupos de derecha, sobre todo los fascistas españoles, han defendido los hechos que ahora conocemos como “la Conquista” como una epopeya civilizatoria de una Europa esclarecida, y no como una aventura imperial.
Tampoco es casualidad. La derecha histórica mexicana, desde la que se disfraza de humanista universal hasta la hispanista, defiende esa saga imperial como forjadora de un país y argumenta, con una torpeza filosófica abismal, que no podemos oponernos a esa concepción porque nos hizo lo que somos.
Los pueblos originarios niegan la Conquista, pero en términos de que siguen en resistencia. No se rindieron, pues, y eso marca un matiz semiótico fundamental. O sea, no es lo mismo.
Por supuesto, una parte importante de los gobiernos surgidos de la Revolución Mexicana tomaron una retórica más o menos anticonquistadores para enfrentarse a un conservadurismo añorante de emperadores y cortes ridículas, aunque jamás se llegara al fondo; también es cierto que desde jesuitas independentistas muy rebeldes hasta criollos y mestizos hartos de ser colonia española, recurrieron a las glorias prehispánicas para demostrar que en estas tierras había historia, y mucha, desde antes de Cortés.
Constantes
Desde que los españoles capturan a Cuauhtémoc allá por lo que ahora es Peralvillo, hasta que el presidente inaugura una maqueta monumental fabricada por una empresa privada en condiciones poco claras y hace una cena en la que no hay indios, prevalecen varias constantes.
Uno, negar las aportaciones e historia indígena, ya sea por medio de la mentira, la exageración o el folklorismo.
Dos, hacerles el feo a los indios, de una manera tan eficiente, que lo primero que hacen los mestizos mexicanos desde hace mucho es tratar de olvidar lenguas y costumbres maternas porque son feas, obsoletas o poco refinadas.
Tres, establecer que lo indígena es feo, atrasado, sucio, torpe, hasta convertirlo en categorías semióticas enraizadas en el lenguaje y las costumbres nacionales.
Cuatro, suponer que cualquier reivindicación debe pasar por las buenas, ser de buena manera, seguir los manuales de urbanidad, y hacerse en español, con abstract en inglés y citas en formato APA.
Y todo esto es fruto de la Conquista.
Rémoras
No. No fue una revuelta popular indígena contra los mexicas (mal llamados aztecas) lo que los terminó. Si así hubiera sido, seguramente seguiría habiendo una República de Tlaxcala de habla náhuatl con adoradores de Camaxtli, la encarnación chichimeca de Tezcatipotla, y no de Nuestra Señora de Ocotlán, “patrona” de Tlaxcala y Puebla.
Las élites del poder pactaron con los europeos, de tal manera que una ridícula y rancia pandilla de sanguijuelas europeos sigue ostentándose como herederos del imperio mexicano y periódicamente exigen que el gobierno les dé dinero por unas tierras que recibieron, literalmente, como merced del rey español en pago por sus servicios.
¿Y el pueblo? “Morían como moscas”, expresan incluso con horror algunos frailes y europeos, víctimas de las enfermedades, el hambre y, seguramente, de falta de interés por la vida al ver como su mundo iba desvaneciéndose para dar paso al universo de significados español
No es casualidad, pues, que los mismos que defienden a los españoles defiendan ahora proyectos extractivistas de minas y aguas; construcciones en selvas y tierras ancestrales, o que vengan otros a decirle a la gente cómo vivir, cómo hablar, cómo pensar.
Sí, hace cinco siglos fue conquista, fue genocidio, fue despojo imperial; y sí, en el siglo XXI sigue siéndolo.