Istmo de Tehuantepec Oaxaca, fragmentos a doce días del sismo

“Treinta años para hacer esta casa, treinta años haciéndola poco a poco, y todo se acabó de un día para otro”, pronuncia con la voz quebrada un habitante al ver su casa a punto del colapso en la comunidad de San Dionisio del Mar, señalando las grietas que se esparcen por toda la construcción, trata de mantener un semblante tranquilo, pero al final deja de señalar y se lleva las manos al rostro, se limpia los ojos, su esposa también lo hace, y sus hijas de igual manera tienen los ojos llenos de lágrimas a punto de salir; una de las cientos de miles de historias tras el sismo ocurrido en los últimos minutos del jueves 7 de septiembre de 2017 que impactó con toda su fuerza los estados de Chiapas y Oaxaca.

San Dionisio del Mar, comunidad de los Ikoots asentada en el Istmo de Tehuantepec, en su historia reciente ha resistido la imposición de los proyectos eólicos, y eso le valió acoso, presiones empresariales y gubernamentales, represión y la famosa frase acuñada por Gabino Cue Monteagudo “Son grupitos que se la pasan bebiendo, listos para agredir a la policía e impedir las obras sociales comprometidas por Mareña Renovables”,  así la comunidad fue señalada por quien encabezó la alianza electoral que prometía paz y progreso para Oaxaca.

Y es ahora en este momento de crisis, que el priísmo remacha con crueldad la política de Estado en favor de las empresas, sacrificando a las comunidades, según testimonios la Marina sólo da apoyos a los simpatizantes de la presidenta municipal y que están de parte del PRI, dejando de lado a la población que no respalda al partido en el poder.

La “sensibilidad gubernamental” de los tres niveles de administración se demuestra con el sólo hecho de que la caseta que conecta con Arriaga, Chiapas y que permite el acceso al Istmo desde la ciudad de Oaxaca, caseta que se ubica en Ciudad Ixtepec, sigue realizando el cobro de peaje como si nada hubiera pasado, es decir que quienes están llevando la ayuda que no está proporcionando el gobierno, tienen que pagar por el sólo hecho de transitar hacia la zona devastada.

La rapiña empresarial también ha puesto sus garras sobre el Istmo, tanto eólicas como mineras se aprovechan de la catástrofe para pretender imponer sus proyectos, por un lado las eólicas hablan de “su apoyo” a las comunidades, y un tren estacionado en las vías ferreas de ciudad Ixtepec hace notar la presencia de Grupo Minera México con su autonombrado tren de la salud; como si esta fuera una ayuda, tan sólo habría que preguntarle a los habitantes de Sonora que viven en las cercanías de los ríos Sonora y Bacanuchi, cuales son las consecuencias de la catástrofe que provocó Minera México en sus tierras, medio ambiente y precisamente en la salud de estas familias.

Al mismo tiempo la verdadera ayuda de los pueblos hace presencia, personas de los más diversos orígenes arriban al istmo de Tehuantepec en trasportes particulares cargados al límite de su capacidad con víveres, otros más se han organizado para enviar camiones de carga con respectivas comisiones que tienen la obligación de entregar en las manos de quien verdaderamente requiere cada uno de los apoyos en especie, así como comprobarlo ante quienes solidariamente cooperaron para enviar la ayuda; tal es el caso de la “brigada Ajalpan” de cinco integrantes que recorrió en 16 horas los cientos de kilómetros desde el estado de Puebla para arribar al Istmo de Tehuantepec y que en dos días recorrió Juchitán, San Dionisio del Mar y Unión Hidalgo, colaborando a la vez en la remoción de escombros.

Las tareas son muchas, preparación de comida, clasificación y distribución de los víveres,  curaciones para los heridos, consultas médicas, actividades de distracción para los niños –no hay escuelas abiertas en la región- valoración de las estructuras, reparación de viviendas en condiciones mínimas para seguir siendo habitadas, derribo de bardas y estructuras habitacionales casi completas a puro golpe de marro; la bullanguera vida del istmo, con música por todas partes ha cambiado por un “silencio” en que resuena el sonido de cinceles, martillos, serruchos, hachas, palas, barretas y marros de esforzados habitantes y personas solidarias que no paran a lo largo de las horas de cada día desde el sismo.

Es necesario brindar el reconocimiento merecido al grupo de personas venidas de Centroamérica que frenaron su paso de migración hacia la frontera norte en busca de cruzar a Estados Unidos y que al momento de esta nota siguen colaborando en Juchitán de Zaragoza en las labores de demolición de lo que alguna vez fueron viviendas y que ahora representan un gran peligro al borde del colapso, mientras los integrantes de las fuerzas federales, marina, ejército y policía federal, pasean en sus camiones o se encuentran afuera del oxxo –empresa que fracasó en instalar su proyecto eólico en el istmo- comprando coca cola y “papitas”.

“Nuestra historia se cayó, están derrumbadas las casas, caído está el Palacio –municipal de Juchitán, la iglesia también se cayó, va a ser muy difícil recuperar nuestra historia”, pronuncia una mujer de la séptima. Las decenas de testimonios en Juchitán, San Dionisio del Mar y Unión Hidalgo se desbordan en una impactante descripción de la catástrofe que se vive siendo apenas en los fragmentos de la devastación en cientos de municipios de Oaxaca y Chiapas, así como indican lo más urgente que se necesita para contrarrestar estos difíciles momentos, en cada comunidad resalta la solicitud de lonas de cualquier tipo, -pueden ser de esas que usan los políticos para promocionarse dicen algunos habitantes esbozando una sonrisa- indispensables para hacer frente al “norte”, fenómeno natural que trae fuertes lluvias y vientos de más de 100 kilómetros por hora, en la región del istmo; una petición reiterada ya que agregada a las réplicas –más de 3 mil hasta el momento-, la madrugada del 17 de septiembre a las 3 de la mañana una copiosa lluvia obligó a las familias a entrar a lo que queda de las casas severamente dañadas, una madrugada angustiante dada las condiciones de las endebles estructuras que aún continúan de pie.

Desde la perspectiva del sector promovido por el gobierno, como el mayor motor de desarrollo de la región, la producción de energía eléctrica a través de los parques eólicos, propiedad de las empresas transnacionales, es a tal grado ajena a la vida de las comunidades que el freno total de la producción, con la inactividad de los más de mil aerogeneradores no agrava en nada la situación de la región y si desvía recursos materiales para echar a andar de nuevo los parques; el cinismo gubernamental llegó a tal grado de emplazar una unidad móvil de la Comisión Federal de Electricidad en el centro de Juchitán posterior al sismo, para que aunque usted no lo crea; ¡realizar el cobro del servicio doméstico de luz eléctrica!, cuando existen miles de viviendas totalmente derrumbadas.

La población en general ha sido afectada por el sismo del 7 de septiembre, sin embargo este es el momento propicio para que las mujeres y hombres que han defendido su tierra del avance de los proyectos empresariales al costo de poner en peligro sus vidas, reciban la ayuda necesaria para superar la crisis y el apoyo necesario para exigir la reconstrucción de su entorno, en el caso de Unión Hidalgo por ejemplo, de las aproximadamente 3 mil viviendas, hay cerca de 1600 casas con diversas afectaciones, muchas de ellas totalmente destruidas señalan los comuneros de la población.

El momento de urgencia mostrado en estos fragm
entos, recabados en algunas comunidades de la región del Istmo, dan una muestra del apoyo que requieren cientos de comunidades de Oaxaca y Chiapas durante esta etapa de emergencia, sin embargo se mantiene la perspectiva de largo plazo, sabiendo que la situación no se soluciona aventando despensas desde camiones que ni siquiera detienen su paso, ni desde los helicópteros militares que solo incrementan el nerviosismo de las comunidades con sus vuelos rasantes; en opinión de los habitantes se requiere exigir un plan integral de reconstrucción con plazos, recursos y costos definidos, respetando la vida comunitaria y como una obligación del Estado mexicano, que permitiría en lo respectivo a infraestructura, recuperar al menos un poco de lo irreversiblemente perdido la noche de hace doce días.

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